Dos días
después de llegar a Lima emprendemos nuestro primer viaje por el país:
Puno-lago Titicaca. Hemos llegado a un acuerdo con la dirección del hotel y
hemos dejado los maletones en la consigna del mismo, por lo que viajamos
ligeros de equipaje, como diría el buenazo de don Antonio Machado.
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Isla flotante de los Uros, hecha de totora (junco acuatico) |
Cogemos un
avión y en apenas un par de horas estamos en el aeropuerto de Juliaca donde nos
espera una van para trasladarnos a Puno, sito a 43 kilómetros de distancia.
Juliaca es el aeropuerto de referencia de toda la zona sudeste del Perú y a su
vez es una población de un cuarto de millón de habitantes y cultura aimara que
se dedican casi en su totalidad al comercio (léase contrabando con la vecina
Bolivia). Lo que yo vislumbré al paso de la cuidad es que es fea a reventar, la
ciudad más jodidamente fea del mundo mundial. Las calles están llenas de
agujeros donde te puedes bañar en un día de lluvia, un tráfico densísimo de
motocarros y la inmensa mayoría de casas, por no decir todas, sin acabar, eso sí,
muchas estatuas por todos lados, horrorosas por cierto. A la vuelta, cuando iba
de Puno a Cuzco, la guía del autobús que nos trasladaba nos comentó que es una
ciudad donde nadie paga impuestos (al que paga impuestos lo tienen por tonto),
ni tasas de ningún tipo, por lo que la municipalidad está tiesa como una mojama
y no puede abordar ninguna mejora en las pocas
infraestructuras que ya hay. Ah, pero ¿hay alguna infraestructura? me
preguntaba yo sorprendido mientras oía
la explicación.
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Juliaca, la ciudad más fea del mundo mundial |
El trayecto
hasta Puno es una carretera recta por un terreno árido y estepario, donde de
vez en cuando se distingue una mujer con dos o tres ovejas o un par de vacas,
cada una con una cuerda amarrada a una pata, perdida en medio de un desolado
llano. Mucho antes de llegar a Puno se empieza a intuir la presencia del lago.
Estamos en época seca y en estas planicies las aguas se han retraído muchos
cientos de metros (cada año un poco más debido al imparable cambio climático)
dejando un lecho vacío de muchos
kilómetros cuadrados.
Durante el
trayecto empezamos a cruzarnos con coches profusamente adornado con coronas y
flores. Ante nuestra extrañeza, el conductor nos comenta que es costumbre en
esta zona del altiplano trasladarse hasta Bolivia con el coche, para que la
Virgen de Copacabana del departamento de La Paz los bendiga. Luego, los dueños
los engalanan y se pasean ufanos con ellos. Más o menos lo mismo que hacen con
las mascotas animales en Madrid el día de San Antón.
Puno es otra
cosa, no mucho más, pero otra cosa. Nos hospedamos en Casona Plaza Hotel
Centro, que como su nombre indica, está en plena Plaza de Armas de la ciudad,
centro neurálgico de la misma junto con
su puerto.
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Coche adornado |
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La señora qu bendice los coches |
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Vista de la Plaza de Armas de Puno desde la ventana del restaurante Mojsa |
La plaza es
coqueta, bonita y muy bien cuidada. Justo al lado de nuestro hotel está el
mejor restaurante de la ciudad: Mojsa,
al que visitamos nada más llegar para degustar un fantástico menú por 60 soles
(16 euros por cabeza) incluidas dos cervezas por barba consistente en:
Cebiche de trucha
Tortillitas de quinoa
Parrillada de verdura
Pinchitos de trucha
Lomo de alpaca
En otra ocasión, también en el mismo restaurante,
probamos una trucha a la leña con salsa de mango para chuparse los dedos.
Por la noche
la plaza y dos o tres calles aledañas tienen mucha animación y hay multitud de
mujeres aimaras-quechuas con sus trajes típicos vendiendo ropas hechas por
ellas mismas, confeccionadas con lana de alpaca. Eva, la hija de Ana, se compró
dos jerséis de alpaca por 65 soles (apenas 20 euros). Al día siguiente fue mi
hija quien se agenció uno, que no se lo quitó ni por asomo en los siguientes
días.
Después de bastantes
horas en la ciudad y a pesar de estar a 3810 metros sobre el nivel del mar no
tenemos signos palpables del mal de altura; apenas Eva, cuando llegamos al
hotel, sintió un leve mareo. En el hotel hay cuencos con hojas de coca y jarras
de agua caliente por todos lados para el que quiera se prepare un mate de coca para prevenirse del soroche. Ana, muy preocupada por las
consecuencias del soroche, se lo ha
tomado muy en serio y, como medida profiláctica, le pega de lo lindo al mate.
Al día siguiente Eva se despierta fastidiada. El mal de altura ha efectuado su
presencia pero, raudo como una centella, le preparo un buen mate bien cargadito
y por arte de birlibirloque desaparece. Yo estoy como una rosa, que es mucho
decir a estas alturas de mi vida pero queda bien.
Hoy tenemos
tour por el lago; lo tenemos contratado desde hace mucho tiempo por la módica
cantidad de 40 dólares cabeza, día completo comida incluida. Toca diana a las
5:30. Nos recogen en el hotel y a las 7 y poco ya estamos montados en el barco
que nos ha de transportar durante todo el día. No es un último modelo, pero da
el pego; el único problema que le veo es que da un ligero olor a gasolina que
al principio no molesta pero que al cabo de dos horas te tiene las pituitarias
inundadas, en estado de shock. El guía se llama José Carlos y es realmente
bueno. Luego, durante el día, me demostró que además de bueno como guía lo era
como persona, al ver con el cariño con el que trataba a los uros y a los
habitantes de Taquile.
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Isla que visitamos |
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En un momento los niños montaron su puestecito |
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Loa niños de la isla |
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Las tres dueñas |
Al hilo de esto nos comentaban un uro con cierta sorna que cuando habia fricción o desavenencias con los habitantes de la isla vecina, bastaba con quitar los palos y la isla se trasladaba con toda su población, arrastrada por los vientos, a su nueva ubicación elegida. sus habitantes, los uros, son un antigui pueblo que actiualmente se concentra en la mesata del Collao y en Perú en las islas flotantes ubicadas en la bahia de Puno. su subsistencia se basa en la cultura ancestral ligada al lago, basada en los múltiples usos dados a la totora que brota del fondo y a la pesca. Hasta hace poco su economía estaba basada en el trueque que realizaban con los habitantes de la orilla.
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Eva y mi hija con el conductor de la barca |
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Cortando totora |
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Ana y Rocio con las niñas en su puestecito |
La construcción de estas islas se hace arrancando grandes bloques de totora con su cepellón en la orilla del lago durante la época de sequia; luego trasladan arrastrando con barcas los bloques al lugar elegico para ubicar la isla. Posteriormente cosen con cuerdas estos bloques entre ellos hasta alcanzar la supeerficie deseada y a continuación empezan a peoner encima densas esteras hechas con totora entretejida hasta que la estructura tiene la densidad y la fuerza necesaria para sotener toda la infraectrucutura que lleverá encima.
Constantemente, durante toda la vida de la isla, se le van incorporando sucesivas capas de totora nueva a medida que las que están en contacto con el agua se van pudriendo. Las viviendas también están construidas con esteras de totora, y cada una está compuesta por una sola habitación. Cocinan al aire libre para evitar incendios. En la actualidad hay unas veinte islas habitadas por entre 3 y 6 familias en cada una de ellas. La humedad es palpable y conscuencia de ella el reuma galopa a sus anchas.
Nos pasamos una hermosa hora departiendo con ellos, enseñándonos su cultura, exponiéndonos sus dudas y sus miedos, paseando en su barca, enseñándonos a coger y comer totora y, tristemente, apostillando que su ancestral cultura está abocada a desaparecer, que no le queda más de veinte años de vida, que los jóvenes han descubierto otra forma de vivir, y que la suya es muy dura para mantenerla. Ley de vida.
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Eva y Ana posan con un uro |
Después
de visitar la isla volvemos al barco no sin cierta nostalgia. Otra hora y media
larga para llegar a nuestro siguiente destino, la isla de Taquile, la más
grande del lago con 5,5 km de largo por 1,5 km de ancho, 2200 habitantes y con
el punto más alto a 4050 metros. Todo cuesta y terrazas, sin un solo coche o
moto, únicamente algún burro que otro para transportar materiales. Bueno, pues
fue llegar y me dio el tío del mazo, el mal de altura, el puñetero soroche, se me vino de pronto y parecía
que tenía un colocón de padre y señor mío.
Desembarcamos y empezamos a subir
por un camino ancho de piedra muy bien construido y que recorre toda la isla, y
a mí que me iba a dar algo, sudores, mareos y un malestar generalizado. El
pobre guía se quedó conmigo acompañándome en mi andar cansino y tambaleante,
animándome como podía. Como pude, llegue hasta una casita a media ladera donde
un matrimonio y sus hijos nos tenían preparada una humilde comida: sopa de
quinoa y trucha o tortilla de verdura. Todo muy humilde pero puesto en la mesa
con todo el cariño del mundo. También pusieron un té caliente hecho con un
trocito de planta autóctona y que tenía un fuerte sabor
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Entrando en Taquile y pagando por ello |
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En la terraza donde comimos |
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Machacando la planta para limpiar la lana |
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El seor que nos sirvio la comida y familia |
Prácticamente no
comí nada pues nada me entraba. Cuando acabó la comida, el mismo lugareño nos
hizo una demostración asombrosa de como lavar la lana de oveja que utilizan
para sus tejidos con unas plantas machacadas que al meterla en agua producía
una espesa espuma. Pues va el tío y mete unos mechones de lana sucios y
grasientos en ese agua, lo mueve un poco, y salen limpios como una patena.
¡Alucina vecina! Posteriormente nos obsequiaron con unos bailes populares en
honor a la madre tierra. Todo muy bonito, pero yo no lo disfrute como se
merecía.
Después de
saciar el apetito, el que pudo obviamente,
siguió la subida por un amplio sendero perfectamente construido en pos
de la plaza principal del pueblo y con ello mi suplicio. ¡Qué mal lo pasé!,
pasito a pasito, con la cabeza como un bombo y encima veía como me pasaba todo
el mundo, los compañeros del viaje, las mujeres de la isla, hasta una que
tiraba de una cuerda intentando hacer andar a una oveja remolona. Lo más
humillante fue ver pasar a mi lado, como a un
bólido, a un lugareño con una bombona a cuestas y silbando el muy
cabrón. El paisaje a medida que se sube se vuelve más y más espectacular, y al
acercarnos a la plaza empezamos a ver grupos numerosos de mujeres vestidas
tradicionalmente, bien tejiendo a la sombra de algún árbol, bien vendiendo
mercancía, o simplemente en animada cháchara.
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Uno de los miradores |
Cuando por fin
llegamos nos encontramos toda la plaza ornada, y hombres y mujeres ataviados
con sus mejores galas. Día feriado en honor a Santiago, patrón de la isla, y la
plaza está repleta de autoridades, bailarines, puestos de todo tipo, músicos y
un mogollón de visitantes.
Las
autoridades, muy tiesas ellas, están sentadas ceremoniosamente en un lado de la
plaza presidiendo la danza: ellos al fondo, sentados muy tiesos en sillas,
vestidos con una chaquetilla negra, camisa blanca, collar de flores y gorro
típico en la cabeza coronado con sombrero; ellas a sus pies, en el suelo, con
blusa roja, tocado y falda negra con ribete rojo. La estampa es magnífica.
Mientras un grupo de hombres y
mujeres profusamente ataviados bailan en la plaza, no dejan de dar vueltas al
ritmo acompasado que marca un hombre con un tambor que está situado en el
centro del corro y unas flautas que tocan los hombres que bailan. Los danzantes
llevan la cara tapada con cintas multicolores que le caen de un adornado gorro
y sobre la frente tapada un espejito. Ellas, a cara descubierta, pero
pudorosamente tocadas con un complicado gorro de tela de varias capas, una toca
en la espalda y, lo más sorprendente de todo, su vestuario, unas polleras con
multitud de capas multicolores. Bailan y bailan dando vueltas sin mostrar el
menor síntoma de cansancio a pesar de que son bastante mayores.
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Ana sentada entre las mujeres |
En la plaza
todo el mundo está mascando hojas de coca, incluidos los bailarines, y el olor es
bastante fuerte. Observo extasiado el ritual de saludo de dos hombres mayores
vestidos tradicionalmente. Ambos llevan colgados a su costado unas bolsas de
lana para el almacenaje de las hojas de coca. Cuando ambos se encuentran no se
dirigen la palabra; se ponen uno junto al otro y uno de ellos abre su bolsa y
extrae un puñadito de hojas de coca que mete ceremoniosamente en la bolsa del
otro hombre, que la mantiene abierta para tal efecto; acto seguido se repite el
ritual en sentido contrario, y unos segundo después ambos cogen dos o tres
hojas de sus respectivas bolsas y empiezan a masticarlas. Entonces empieza la
conversación.
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Vendiendo un pollo |
Después de un
buen rato disfrutando del espectáculo, toca volver, desandar el camino
recorrido para volver al barco. Esta vez es cuesta abajo y lo llevo mejor, yo
creo que el tufo a coca de la plaza se me ha debido de meter en la nariz y estoy
como animadillo. Cuando me monto en el barco y empieza el olorcillo a gasolina
se complica la cosa y hago las dos horas de vuelta como puedo, con los ojos
entrecerrados y acurrucadito.
Ya en el hotel
lo primero que hago es prepararme un mate
de coca calentito, seguidamente ir a una “inkafarmacia”, comprarme cuatro aspirinas (se venden sueltas, tu
pides las que quieres y el personal coge unas tijeritas y te las corta) y
tomarme un par de ellas. Ducha y estoy
como un reloj. El cuerpo humano es un misterio. Las inkafarmacias son farmacias-dispensarios varios-consultorio
múltiple,…y todo lo imaginable, y abundan como las setas en otoño, llegando al
caso de encontrarnos cuatro o cinco en una sola calle de apenas cuarenta
El día ha sido
muy largo así que hacemos merienda cena en el restaurante La Table del
Inca. Tardan una eternidad en servirnos
y cuando lo hacen la cantidad de comida es desorbitada. No está mal y el precio
como siempre es muy barato. A las diez de la noche ya estamos amorosamente
acostados. Mañana tenemos un largo camino en bus turístico de Puno a Cuzco,
casi cuatrocientos kilómetros por el altiplano y siete horitas de viaje.
Me duermo con
la idea de que apenas llevo cuatro días en Perú y ya estoy reventaito
Lo único seguro es que al final estás sano y salvo a pesar del soroche ... si no, no estarías escribiendo tus vivencias! Aquí en México jamás noté el mal de altura claro que de 2300 a 3800 va casi el doble, pero acostumbrado a los 7-10 mts de altura que máximo hay en la cuesta del rosario.Pepesito
ResponderEliminarGracias Pepesito. Se ve que usted conoce Sevilla. Efectivamente no estoy muerto, gracias a Dios, pero el puñetero soroche me dio un buen sofocón.
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