EL SEÑOR NERI
En el
aeropuerto nos espera el señor Neri con una “van” (término que se emplea como referencia a una camioneta o furgoneta)
para llevarnos al hotel. El pobre lleva casi cuatro horas aguardando nuestra
llegada. Bajito, enchaquetado, correcto, con un hablar dicharachero salpicado
de constantes risas, se convertirá en un personaje fundamental durante nuestras
cuatro visitas a Lima llevándonos y trayéndonos del hotel al aeropuerto y
viceversa, amén de las muchas veces que
charlamos con él en la puerta del hotel mientras hacía tiempo esperando o a la
captura de algún cliente al que embaucar.
Al segundo viaje que hacemos con él ya nos llama “mis amigos” y aunque insisto en que nos tutee, no lo consigo, y siempre sale de sus labios un: “doña Maria Eva, usted es la jefa, jejejeje...” o “Señor don Ricardo, usted sí que sabe. ¡Pos no se ha traído ya aprendido hasta los restaurantes!”
El señor Neri
Ramírez es entrañable, siempre dispuesto y en los largos viajes que hacemos
juntos, poco a poco, nos va desgranando pequeñas parcelas de su vida. Cuatro
hijos a los que educar, dos y dos, “Lo hice bien, eh, don Ricardo”, los
cuatro estudiantes en universidades privadas a 700 soles mensuales por barba,
cuatro bocas a alimentar día a día. Los chicos lo ayudan los fines de semana y
en más de una ocasión son ellos los que nos transportan.
Como ya dije
siempre al pie del tajo en la puerta del hotel esperando clientes. Cada vez que
nos ve nos da la mano con una sonrisota que le ilumina la cara:
-
Buenos
días, doña Ana, ¿y las señoritas como se encuentran hoy? Doña María un gusto
saludarla.
-
¿Usted
cuándo duerme? Le pregunto yo inocentemente
-
Cuando
puedo, don Ricardo, cuando puedo. A ratitos. Ya sabe, cuatro hijos, cuatro
universitarios, una mujer, hay que llevar plata a casa
En la vuelta a
Lima desde Piura nos sorprendió que no estuviese esperándonos. Hicimos un poco
de tiempo, y al ver que no llegaba, llamamos al hotel para comunicar la
incidencia. A los diez minutos se presentó todo apurado pidiendo excusas de
forma reiterada, muy preocupado por las
consecuencias que esto pudiese tener en su relación laboral con el hotel. A
nosotros la cosa nos parecía nimia, un pequeño retraso sin más, pero para él,
el asunto tenía otra magnitud, hasta el punto que durante el trayecto de vuelta
hasta su mujer lo llamó para abroncarlo
por su negligencia laboral. Lo tranquilizamos diciéndole que, caso de
preguntarnos los responsables del hotel, lo exoneraríamos de toda culpa
diciendo que todo fue un despiste nuestro.
El último día
hicimos una carta para la gerencia del hotel donde agradecíamos la
profesionalidad y excelente trato que el señor Neri había tenido con nosotros y,
antes de entregarla en recepción, le dimos una copia a él. Inimaginable la cara
de felicidad que se le puso, sobándose las manos como un niño chico:
-
Qué bueno,
don Ricardo, pero ¡qué bueno!. Verán ustedes cuando se la enseñe a mi mujer.
Que sorpresón, que sorpresón de mis amigos españoles.
Y nos arreó un
abrazo de oso a cada uno de nosotros y durante el trayecto no hacía si no
repetir como un mantra “Y mañana me llamarán
de la dirección para felicitarme, je je je y yo me haré el tonto. ¡Pero qué
bueno!. Gracias, mis amigos, gracias. ¡Pero qué bueno!”
Por cierto,
que con uno de sus hijos vivimos una experiencia bastante peculiar. Volvíamos
de Tarapoto y en lugar del señor Neri nos recoge uno de sus hijos. Nada más
salir del aeropuerto, vemos que la avenida está casi colapsada y el tráfico no
es que sea lento, es que está parado. En un momento dado el chico pega un giro
y se mete por calles del Callao profundo buscando un atajo. Los sitios por
donde vamos pasando literalmente acojonan y eso es lo que estábamos nosotros,
acojonados, a pesar de ir con alguien de confianza. Cuando llevamos un rato
callejeando vemos que la vía por donde vamos circulando se va estrechando
paulatinamente con pivotes de obra hasta llegar a un punto por donde sólo puede
pasar un coche justito, y ese estrechamiento está custodiado por dos hombres
con petos amarillos y sendos cubos en las manos en los que los conductores
depositan unas monedas.
Cuando pasamos
por el embudo, muy intrigados, le pregunto al chaval sobre lo que acabo de ver
y me da la siguiente explicación:
-
Esos dos
hombres se encargan de arreglar los baches de las calles.
-
¿Qué son
operarios del ayuntamiento?
-
Que va, lo
hacen por su cuenta. Compran la brea y con ella los tapan, luego cobran unas monedas a los coches que
pasan por la calle. Aquí no entran los trabajadores municipales.
Al cabo de
unos instantes apostilla socarrón: Yo
creo que son ellos mismos los que hacen los agujeros en las calles por la noche
para arreglarlos por la mañana y justificar el cobro del peaje.
Una cosa es el
señor Neri y otra son los taxis en general. Lima se encuentra prácticamente inundada por miles de taxis, la
mayoría de ellos ilegales. De acuerdo con la Gerencia de Transporte Urbano de
la Municipalidad de Lima, constantemente hay sobre 200.000 taxis circulando por
la ciudad y ocupan el 60% de las vías principales. Solo el 5% de esos taxis
pertenecen a empresas con los papeles en regla. Aquí se impone el regateo puro
y duro. Son los mismos taxistas los que te abordan en cualquier lugar y antes
de subir a él se negocia el monto del viaje, independientemente del tiempo que
se tarde en el mismo. En general son muy baratos en comparación con España y,
la gran mayoría, muy, muy viejos. Requeteviejos.
La circulación
en horas punta en un auténtico caos y a duras penas se respetan los pocos
semáforos que hay en las avenidas principales. Por supuesto los pasos de cebras
no valen para nada; es más, yo creo que les vale de incentivo a los conductores
para acelerar cuando ven a un viandante pasar por uno de ellos.
La avenida
Arequipa es una de las principales de la ciudad, con 52 cuadras se extiende de
norte a sur desde el centro hasta Miraflores pasando por San Isidro. Casi once
kilómetros de longitud. Una tarde ya oscurecido, sobre las siete, cogemos un
taxi casi al principio de la avenida para que nos llevara hasta la calle Berlín,
sita muy cerca de nuestro hotel. El trayecto duró exactamente 52 minutos, en el
que pudimos palpar y vivir el tormento del tráfico en todo su esplendor. El
chico que conducía lo hacía a latigazo limpio, en un constante zig-zag,
cambiando compulsivamente de carril para apenas ganar unos metros,
independientemente de que el carril fuese el destinado a los transporte públicos.
La ley del más fuerte. El que tenga más sangre fría y meta el morro primero se
adueña del carril tenga o no prioridad para ello. En estas pugnas los coches
van pegaditos unos a otros, rozándose hasta que uno se raja y se echa para
atrás. No se respeta nada, ni siquiera las ambulancias. Durante un buen rato
del trayecto (no menos de diez minutos), circulamos detrás de una ambulancia
con la luz roja puesta, que va por su carril de preferencia, completamente
colapsado de taxis, y sin que ninguno le haga el menor caso ni se aparte a su
paso.
Le comento a
nuestro conductor lo poco cívico que me parece ese comportamiento y,
lapidariamente, lo único que dice es: -¡Bah,
seguro que ese cuando llegue ya va muerto! Sin comentarios.
En otro
periplo, y después del pertinente regateo, nos montamos en un taxi del año de
Matusalen con unos cuarteados asientos de skay de lo más “vintage” y sin asomo
de cinturón de seguridad por ningún sitio. Al cabo de un rato de ruta y después
de preguntarnos nuestra procedencia, y una pequeña perorata, el taxista se
queda pensativo y nos inquiere:
-
Dice usted
que en su país ¿no se negocia la plata antes de tomar un taxi? Entonces ¿cómo sabe usted lo que cuesta el
viaje?
Le explico
como buenamente puedo el sistema de contador incorporado al taxi, que calcula
el costo en función del tiempo y el recorrido efectuado, y se me queda mirando con cara de incredulidad y como
pensando que le estoy metiendo la trola madre y me dice:
Un peligro,
los taxis y los taxistas, hay que tener un extremo cuidado al cogerlo, tanto,
que la policía distribuye folletos entre los turistas con las siguientes
recomendaciones del Ayuntamiento:
·
Si ha de coger un taxi opten por uno empadronado
y verifiquen si la unidad tiene las franjas amarillas con negro en los
laterales, el casquete de taxi y el número de placa pintado a los costados.
·
No aborde taxis detenidos en la vía, tampoco los
que se encuentren primeros en las puertas de los cines, restaurantes u otros
negocios.
·
Siempre ocupe el asiento trasero y mantenga la
luna de su ventana semiabierta. Observe bien las características del conductor
y del vehículo.
·
Si el chofer solicita detenerse en un grifo,
esté muy atento. No acepte golosinas o cigarrillos, pues pueden adormecerlo.
¡Cojonudo!
Pero el señor Neri es otra cosa, es el sursuncorda de los taxistas limeños
LIMA. MIRAFLORES
Lima son
muchas Limas colocaditas unas junto a las otras sin solución de continuidad,
pero con el cuidado justo de no rozarse; piezas separadas de un gigantesco
puzle que adquiere sentido cuando se colocan correctamente y al encajar
muestran la imagen escondida.
Lima es
sencillamente monstruosa, gigantesca, una mega urbe sin apariencia de serlo,
difícil de entender y de concebir para un urbanita europeo como yo,
acostumbrado a vivir en una ciudad de tamaño medio y ordenada. Más de 10
millones de habitantes, casi la mitad de toda la población del Perú, pululan
por una enormidad de extensión de 3.000 kilómetros cuadrados. Mogollón de
distritos absolutamente distintos unos de otros; desde el peligrosísimo Callao
son su sempiterno estado de excepción, tomado por el ejército, y donde pasear
por sus calles a cualquier hora del día (no te cuento nada si es de noche)
supone un serio riesgo para la integridad, hasta el bohemio y emergente
Barranco, la europea y segura Miraflores,
San Isidro, el distrito bancario, el colonial “Cercado” en el centro de la ciudad y símbolo del poder político,
Chorrillos y un larguísimo etc.
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En el Cercado, delante del Palacio Arzobispal. De izquierda a derecha María, yo, Ana, Rafa, el del maletón de Mecadona, mi hija Rocío y Eva, hija de Ana |
Lo primero que
te sorprende al bajar del avión y salir de la terminal es la luz mortecina bajo
un cielo nebuloso y una humedad que hace que el cemento de las aceras de las
calles brille como si estuviese recién regado. Durante los ocho día que
estuvimos en Lima (en cuatro etapas de dos días cada una), apenas en un par de
ocasiones vimos un atisbo de sol al mediodía, y fue en nuestra primera visita,
recién nombrado Pablo Kuczynski nuevo presidente de la Republica. Supongo que
el sol se dignó salir a saludarlo y felicitarlo por su pírrica victoria sobre
la hija del dictador Fujimori. De todas formas, es una inútil lucha la que
mantiene el astro rey con la compacta capa de nubes que cubre constantemente la
ciudad y que tiene el peculiar nombre de panzaburra.
“El cielo panzaburra de Lima” lo llama
Mario Vargas Llosa en su última novela “Siete
esquinas”
En justa contraprestación a la ausencia solar tampoco llueve nunca, apena un tenue y tímido calabobo al amanecer, “garua” lo llaman los limeños, que no deja de ser más que minúsculas gotitas en suspensión. Como consecuencia de ello, la ciudad presenta un aspecto gris, con una perenne capa de polvo que lo incrusta todo, y menos mal que no llueve nunca ya que de hacerlo gran parte de la Lima colonial del centro se vendría abajo sin remedio, al estar las casas construidas de paredes de “quincha” (una mezcla de cañas, barro y paja) y multitud de casas carecen de techo protector
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Techumbre de las casas en pleno centro.Como se puede ver, todo está patas arriba, sin protección en caso de lluvia, todo construido con quincha |
Evidentemente,
y como no podía ser de otra manera, elegimos como centro estratégico desde el
que movernos un hotel de Miraflores:
Hotel Miramar, al ser el único distrito de todo Lima donde se puede andar con tranquilidad después
de oscurecer. Miraflores está repleto de carteles con el slogan “Miraflores, ciudad segura” y hay
policías y cámaras de seguridad por todos lados. Aún así, te sales de las
grandes avenidas y compruebas que todas
las casas bajas y chalets están rodeados de una pared alta coronada por
concertinas o alambres electrificados, amén de cámaras por todos lados.
Miraflores
está junto al mar en una amplia zona de acantilados terrosos desde los que se
tiene una impresionante vista del Pacífico. Abajo, junto a la playa, transcurre
la Costanera, una vía de carretera
que descongestiona el tráfico de toda la ciudad (bueno, por lo menos lo
intenta). Toda esa ajardinada zona bulle durante el día de jóvenes haciendo
deporte, ala delta, de parejas arrullándose en sus numerosos parques, de chicos
y chicas en monopatín haciendo cabriolas imposibles, de personas mayores
sentados en bancos disfrutando de los escasos rayos de sol que, alguna vez que otra, asoman tímidamente,
mientras abajo, en la interminable playa y sobre unas aguas muy contaminadas,
multitud de sulferos galopan sobre las olas.
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Otra vista, con Barranco al fondo |
Como ya he dicho,
Miraflores es la parte rica de la ciudad, y como era absolutamente previsible,
tiene su centro comercial para “pitucos”
(pijo limeño, rico, niñato y blanco). El centro se llama Lancomar y está repleto de tiendas de ropa, deporte, cines y muchos
restaurantes que se asoman al malecón con unas vistas espectaculares. Todo de
marcas conocidísimas y carísimas. Allí sólo se ven europeos y a la jet de Lima. Las dos o tres
veces que estuvimos no había mucha gente, desde luego con los precios de las
tiendas, el limeño de a pie tiene prohibido asomarse por allí a comprar.
Entramos en una tienda donde la estrella era un juego de camiseta de Messi y
sus botas por 250 euros, el sueldo de más de un mes de un peruano. En otra
comprobamos que el precio de los libros es desorbitante, una mala edición de
bolsillo sale por casi treinta euros.
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Lancomar, al fondo el Pacífico |
Allí, en uno
de sus muchos restaurantes, nos tomamos nuestra primera cerveza, una cusqueña;
como dicen los limeños “después de
chambear nos tomamos unas chelas con los patas” que en román paladino
significa “después del trabajo nos tomamos unas cervezas con los amigos”
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Tomando la primera chela |
De noche la
ciudad bulle literalmente abarrotada de gente alrededor del Óvalo y de los
cientos de bares y sangucherias que
rodean el parque Kennedy. Las sangucherias
son establecimientos donde te sirven enormes bocatas hamburguesados, pero con
carne de la buena. Una de nuestras cenas fue en Sangucheria La Lucha, frente del parque Kennedy y realmente el
bocata estaba exquisito; mi hija fue incapaz de acabarlo, lo que no fue óbice
para que instantes después, Eva y ella, se zamparan un helado tuneado tres
portales más abajo.
Apenas dos
cuadras más allá, en la calle Berlín, el ruido de la música a todo volumen lo
inunda todo, toda la calle es un local vociferante repleto de decibelios por un
tubo. Sin duda la zona más moderna de todo Miraflores y con cervezas a un
precio aceptable, sobre 6-7 soles la de 600 mililitros. En esta zona la comida
estrella son las alitas de pollo a la barbacoa de cien tipos diferentes y para
acabar la noche la bebida nacional del Perú: los piscos sour, a un precio que ronda los 15 soles, sobre cuatro euros. En general la bebida, a
diferencia de la comida, es muy cara, y los vinos absolutamente prohibitivos,
pero de este tema ya hablaremos más tarde en una entrada especial.
El parque
Kennedy también está repleto, pero de jóvenes cazadores de pokemones con sus
móviles de última generación en mano absortos en sus pantallitas. “Pokemongos” les dice despectivamente un
taxista que nos traslada al hotel cuando pasamos por allí. Están por todas
partes y me viene la idea a la cabeza de que la estupidez humana no tiene
límites. Le he preguntado a varias
personas sobre el nombre del parque y nadie me ha sabido responder; lo único
que he sacado en claro es que Kennedy no visitó nunca el país, y de que el
parque es el paraíso de los gatos.
Cuando te vas acercando al parque empiezas a ver gatos callejeros tranquilamente por todas partes; orondos gatos sesteando tumbados en cualquier sitio, perezosos gatos acicalándose, lamiéndose o bufando, pero cuando entras en el parque la plaga adquiere dimensiones bíblicas. Alguien, según cuentan, llevó una pareja hace muchos años para erradicar algunas ratas que había por esos lares. Cuando
acabaron con ellas la gente, agradecida por el trabajo, empezó a cuidarlos y
mimarlos, llevándoles comida y, claro, ante unas condiciones óptimas de vida,
los mininos empezaron a procrear como posesos y ahora van a tener que contratar
a un moderno flautista de Hamelin para
acabar con ellos.
¡Cuánto gato,
por Dios! Gatos por todos lados. Una marabunta felina.
EL CERCADO. LIMA
Todo
el mundo conoce el centro de Lima por “El
Cercado” (en realidad “El Cercao”)
y el nombre le viene por las murallas que lo cercaron hasta el siglo XIX; de
aquel entonces perdura la nomenclatura que ahora se ha hecho costumbre.
Llegamos
a Lima al día siguiente de la toma de posesión del nuevo presidente de la
Republica, el señor Pedro Pablo Kuzczynski (apellido precolombino como bien se
puede apreciar), quien, en un apretadísimo sprint electoral final, se llevó el
gato al agua frente a su oponente Keiko, la hija del dictador, corrupto y
encarcelado ex presidente Fujimori, por apenas un puñado de votos. En todos los
círculos en los que nos movemos se respira satisfacción y esperanza,
satisfacción por el desenlace de los comicios y esperanza por el perfil
tecnócrata del nuevo presidente, del que se espera que frene la corrupción y
sobre todo que dé un fuerte impulso a la economía del país, que bien que lo
necesita los que sufren sus penurias.
En
el hotel nos recogen a primera hora Rafa y María. Rafa es amigo de Ana y lleva
viviendo cuatro años en Lima (este es el Rafa de la maleta del Mercadona) y
María es amiga de Rafa, y apenas lleva un año por la ciudad. Ellos serán
nuestros anfitriones. Lo primero que hace Rafa es enseñarnos a regatear con los
taxistas, materia en la que es un verdadero artista. Cogemos dos taxis para los
siete y después de quince minutos (es día feriado y no hay casi ningún tráfico),
nos depositan en la Plaza Mayor o de Armas, justo delante de la catedral.
Catedral que por cierto no pudimos visitar al estar cerrada al público con
motivo de la celebración de la toma de posesión del día anterior. Hoy, una
multitud de operarios están guardando en ella toda la parafernalia de
achiperres y boatos que se utilizaron en el día de ayer durante las múltiples
ceremonias.
Casi
más impresionante que la fachada de la catedral es la del Palacio Arzobispal
que está a su lado, y encajonada entre uno y otro está la Iglesia del Sagrario,
que tuvimos la suerte de encontrar abierta y en la que nos colamos raudo. Nos
atiende solicito el sacerdote custodio de la misma y como el buen el hombre
tenía unas tremendas ganas de cháchara
nos tuvo entretenidos un buen rato, enseñándonoslo todo a conciencia y
sin prisas. Acabamos en la sacristía donde se encontraba depositada la imagen
de Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad. Como curiosidad decir que toda la azulejería
del templo es de Triana.
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Santa Rosa de Lima |
La Plaza Mayor es el principal espacio público de la ciudad. Está ubicada en el centro histórico de Lima y a su alrededor se encuentran los edificios del Palacio del Gobierno de Perú(antiguo palacio de Pizarro), la Catedral de Lima, la Iglesia del Sagrario, el Palacio Arzobispal de Lima y el Palacio Municipal de Lima.
Después de unas vueltas por la plaza y de la correspondiente sesión de fotos que nunca puede faltar, de visitar un antiguo museo ferroviario reconvertido en ágora literaria para más gloria de Vargas Llosa y para disgusto de Rafa que es un enamorado de los trenes y de toda su parafernalia, de ver los puestos de artesanía que hay justo detrás del palacio a orillas del río Rimac, que apenas es un hilillo de agua
oscura en medio de un inmenso cauce lleno de suciedad, de visitar un par de
galerías comerciales donde compramos unos caramelitos de coca a una familia
vestida con trajes tradicionales andinos, después de todo eso, nos dispusimos a
ver el cambio de guardia en el Palacio de Gobierno y nos unimos a la gran
cantidad de gente que se aglomeraban para ver el espectáculo. Decepción
total. Nos fuimos al cabo de un rato
cansados por lo tedioso del mismo, cansinamente largo, muy orquestado y demasiado
barroco, más coreografía que parada militar.
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Vendiendo caramelos de coca |
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Mi mujer y mi hija |
La
sala donde se reúnen los académicos de la lengua es muy modesta, carente del
mínimo boato, apenas una gran mesa rodeada de sus correspondientes sillones, un
gran escudo y algunos cuadros. Obviamente, todos nos hicimos una foto sentados
en el sillón que ocupaba Mario Vargas Llosa (pongo ocupaba y no ocupa ya que
hace la tira de tiempo que no pisa estos suelos). Muchos salones por todas
partes, uno de ellos en particular, el dedicado a las conferencias, bastante
espectacular, con una sillería y un techo de madera labrado bastante
impresionante.
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Sentado en sillón de Don Mario Vargas Llosa |
Subimos hasta
el mirador de la última planta desde el que se divisa una espectacular y a la
vez devastadora imagen de Lima. El mirador, una curiosidad arquitectónica en la
ciudad, lo mandó construir el dueño de la casa para poder desde él divisar sus
barcos cuando estos arribaban al puerto del Callao. Hoy eso ya no es posible
con el crecimiento descontrolado y salvaje de la ciudad.
Visitamos la
balconada de madera, con tupida celosía, donde nos contó la historia
costumbrista del siglo pasado cuando, durante un cierto tiempo, se puso de moda
entre las damas de la alta sociedad salir a la calle con la cara totalmente
tapada, cual burka actual, y nos recomendó la lectura del libro Tradiciones peruanas, del polifacético
escritor Ricardo Palma, donde se narran estos acontecimientos y muchas otras
curiosidades.
Acabamos la
visita en la zona del edificio donde tiene su sede la academia de medicina, y allí pudimos ver y tocar, ¡válgame
Dios!, auténticos incunables de pergamino que nuestro cicerone sacó de una
vitrina, y ante nuestros asombrados ojos, tocaba y manoseaba con la mayor de
las despreocupaciones y sin ninguna medida profiláctica. Algunos con
cuatrocientos años de antigüedad. No pude dejar de pensar en el tesoro que
ponía en nuestras manos y en la nula seguridad en la que se encontraban, nada
más fácil para un choricete interesado que simplemente entrar eludiendo al
guarda, abrir la vitrina y cogerlo con total impunidad.
Manoseando incunables |
Acabada la
visita y después de gratificar espléndidamente a nuestro anfitrión, Rafa nos
llevó paseando por céntricas calles repletas de espectaculares edificaciones,
antiguas casonas todas ellas con magníficas balconadas de madera noble.
Visitamos patios interiores diseñados a imagen y semejanza de los conocidos y
frescos patios andaluces, y estuvimos en dos o tres grandes plazas, siempre
presididas en su parte central por alguna gigantesca estatua, la mayor de las
veces ecuestre, de algún prohombre de la nación, entre ellos el coronel
Bolognesi del que encontramos estatuas y calles en todas las ciudades que
estuvimos.
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Estatuas ecuestres por doquier |
Nuestro
periplo nos llevó a visitar el convento y la basílica de San Francisco de Asís,
famosa por sus catacumbas y el enorme osario que ellas contienen, pero tuvimos
la mala fortuna de que llagamos tarde y nos quedamos con las ganas. De todas
formas pudimos ver al pequeño Niño Jesús que hay en una vitrina a la entrada del convento y al que todos los
días lo visten con las ropas más dispares. ¡Divino de la muerte estaba ese día!
Un canto al colorido más abigarrado. Lástima que no se podían hacer fotos en el
lugar (no hace falta ser un lince para adivinar el porqué) para inmortalizar el
modelito que llevaba. Ágata Ruiz de la Prada en versión limeña.
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Imagen del osario de San Francisco de Asis |
Sorprende
la cantidad de limpiabotas que hay por todos los lados con su chiringuito
perfectamente equipado; eso en España ya es imposible de ver. La gente suele
aprovechar el tiempo para leer algún periódico mientras le lustran los zapatos.
El precio de la operación ronda los dos-tres soles (sesenta-noventa céntimos)
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Un limpiabotas cómodamente trabajando, en plena faena |
En nuestro
caminar un tanto aleatorio, nos dimos de bruces con un pequeño museo donde se
guardaba buena parte de la historia de Perú, pero fundamentalmente dedicado a
un aspecto antropológico muy interesante: sus momias, amén de otras
curiosidades. Impresionante y conmovedora la colección de momias que albergaba,
tanto como las fotografías de ellas que colgaban de sus paredes.
Fotos de momias |
Cuando
la tarde empezaba a declinar Rafa nos urge a volver a casita, léase Miraflores.
A pesar del enorme bullicio que todavía había por calles y plazas, de la ingente
cantidad de transeúntes que lo inundaban todo, Rafa nos comenta que no es
aconsejable seguir por esos lares, que la cosa se puede poner insegura en
cualquier momento. A mí me parece demasiado aprensivo y algo pesimista, pero
bueno, él es el que vive aquí y supongo que sabe perfectamente lo que se trae
entre manos. Para volver a Miraflores cogimos primero un bus urbano de los años
veinte donde prácticamente te meten a empujones, y que va repleto de
trabajadores autóctonos que vuelven medio dormidos a sus residencias en los
barrios periféricos de Lima, después de un intenso y agotador día de trabajo.
Algunos te miran sorprendidos, preguntándose qué hacemos nosotros allí, pero la
mayoría dormita como puede sin impórtale un pimiento el traqueteo y el ruido del
autobús. Si para subir te empujan como a las ovejas cuando se las mete en el
redil, para bajar no te cuento nada morena; poco más y nos tiran a la cuneta
como a las balas de lana cuando las cargan en una falúa.
Después
cogimos El Metropolitano, que es un sistema de autobuses de tránsito realmente rápido y
eficaz que tiene su vía personalizada, lo que le hace inmune al caos
circulatorio de la ciudad. Este sistema es administrado por la Municipalidad de
Lima y es operado en su mayoría por consorcios colombianos. Esta es otra
constante en Perú, muchísimas de sus empresas están en manos de capital extranjero.
En un plis-plas nos encajamos en Miraflores y acabamos en un restaurante Nikkei
(comida japo-peruano) llamado Ache, sito en una calle donde de los muchos
restaurantes de categoría que había, este era el único que no pertenecía al
omnipresente gurú de la gastronomía peruana Gastón Acurio. Cojonuda comida,
aunque he de decir que el sushi encevichado que ponen aquí en Sevilla en el
restaurante Nazca de la calle Baños es tan bueno o mejor que el que probamos
allí.
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Comiendo en Ache |
De
allí no fuimos a una chocolatería con el sugerente nombre de María
da Placer, y posteriormente a la calle Berlín a tomarnos una copitas y
…a las diez, dormidos como benditos como no podía ser de otra forma.
¡Que
cansino es estar fuera de casa! Pero que bien se está, leches.
Mañana nos vamos a visitar a los uros
en el lago Titicaca
ENTRADA 1: PREAMBULOS
ENTRADA 2: TRES PINCELADAS DE LIMA
ENTRADA 3. PUNO-LAGO TITICACA
ENTRADA 4. DE PUNO A CUSCO
ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. MALI Y LA FUENTE DE COLORES
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. UN MERCADO EN LIMA
ENTRADA 9. CHACHAPOYAS
ENTRADA 10. TARAPOTO
ENTRADA 11. COMER EN PERU
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