martes, 8 de noviembre de 2016

VIAJE A PERÚ. ENTRADA 2.TRES PINCELADAS DE LIMA

EL SEÑOR NERI

En el aeropuerto nos espera el señor Neri con una “van” (término que se emplea como referencia a una camioneta o furgoneta) para llevarnos al hotel. El pobre lleva casi cuatro horas aguardando nuestra llegada. Bajito, enchaquetado, correcto, con un hablar dicharachero salpicado de constantes risas, se convertirá en un personaje fundamental durante nuestras cuatro visitas a Lima llevándonos y trayéndonos del hotel al aeropuerto y viceversa, amén de  las muchas veces que charlamos con él en la puerta del hotel mientras hacía tiempo esperando o a la captura de algún cliente al que embaucar.




Al segundo viaje que hacemos con él ya nos llama “mis amigos” y aunque insisto en que nos tutee, no lo consigo, y siempre sale de sus labios un: “doña Maria Eva, usted es la jefa, jejejeje...” o  “Señor don Ricardo, usted sí que sabe.  ¡Pos no se ha traído ya aprendido hasta los restaurantes!”

El señor Neri Ramírez es entrañable, siempre dispuesto y en los largos viajes que hacemos juntos, poco a poco, nos va desgranando pequeñas parcelas de su vida. Cuatro hijos a los que educar, dos y dos,  “Lo hice bien, eh, don Ricardo”, los cuatro estudiantes en universidades privadas a 700 soles mensuales por barba, cuatro bocas a alimentar día a día. Los chicos lo ayudan los fines de semana y en más de una ocasión son ellos los que nos transportan.

Como ya dije siempre al pie del tajo en la puerta del hotel esperando clientes. Cada vez que nos ve nos da la mano con una sonrisota que le ilumina la cara:

-          Buenos días, doña Ana, ¿y las señoritas como se encuentran hoy? Doña María un gusto saludarla.
-          ¿Usted cuándo duerme? Le pregunto yo inocentemente
-          Cuando puedo, don Ricardo, cuando puedo. A ratitos. Ya sabe, cuatro hijos, cuatro universitarios, una mujer, hay que llevar plata a casa

En la vuelta a Lima desde Piura nos sorprendió que no estuviese esperándonos. Hicimos un poco de tiempo, y al ver que no llegaba, llamamos al hotel para comunicar la incidencia. A los diez minutos se presentó todo apurado pidiendo excusas de forma reiterada,  muy preocupado por las consecuencias que esto pudiese tener en su relación laboral con el hotel. A nosotros la cosa nos parecía nimia, un pequeño retraso sin más, pero para él, el asunto tenía otra magnitud, hasta el punto que durante el trayecto de vuelta hasta su mujer lo llamó para abroncarlo  por su negligencia laboral. Lo tranquilizamos diciéndole que, caso de preguntarnos los responsables del hotel, lo exoneraríamos de toda culpa diciendo que todo fue un despiste nuestro.

El último día hicimos una carta para la gerencia del hotel donde agradecíamos la profesionalidad y excelente trato que el señor Neri había tenido con nosotros y, antes de entregarla en recepción, le dimos una copia a él. Inimaginable la cara de felicidad que se le puso, sobándose las manos como un niño chico:

-          Qué bueno, don Ricardo, pero ¡qué bueno!. Verán ustedes cuando se la enseñe a mi mujer. Que sorpresón, que sorpresón de mis amigos españoles.

Y nos arreó un abrazo de oso a cada uno de nosotros y durante el trayecto no hacía si no repetir como un mantra “Y mañana me llamarán de la dirección para felicitarme, je je je y yo me haré el tonto. ¡Pero qué bueno!. Gracias, mis amigos, gracias. ¡Pero qué bueno!”

Por cierto, que con uno de sus hijos vivimos una experiencia bastante peculiar. Volvíamos de Tarapoto y en lugar del señor Neri nos recoge uno de sus hijos. Nada más salir del aeropuerto, vemos que la avenida está casi colapsada y el tráfico no es que sea lento, es que está parado. En un momento dado el chico pega un giro y se mete por calles del Callao profundo buscando un atajo. Los sitios por donde vamos pasando literalmente acojonan y eso es lo que estábamos nosotros, acojonados, a pesar de ir con alguien de confianza. Cuando llevamos un rato callejeando vemos que la vía por donde vamos circulando se va estrechando paulatinamente con pivotes de obra hasta llegar a un punto por donde sólo puede pasar un coche justito, y ese estrechamiento está custodiado por dos hombres con petos amarillos y sendos cubos en las manos en los que los conductores depositan unas monedas.

Cuando pasamos por el embudo, muy intrigados, le pregunto al chaval sobre lo que acabo de ver y me da la siguiente explicación:

-          Esos dos hombres se encargan de arreglar los baches de las calles.
-          ¿Qué son operarios del ayuntamiento?
-          Que va, lo hacen por su cuenta. Compran la brea y con ella los tapan,  luego cobran unas monedas a los coches que pasan por la calle. Aquí no entran los trabajadores municipales.

Al cabo de unos instantes apostilla socarrón: Yo creo que son ellos mismos los que hacen los agujeros en las calles por la noche para arreglarlos por la mañana y justificar el cobro del peaje.



Una cosa es el señor Neri y otra son los taxis en general. Lima se encuentra prácticamente inundada por miles de taxis, la mayoría de ellos ilegales. De acuerdo con la Gerencia de Transporte Urbano de la Municipalidad de Lima, constantemente hay sobre 200.000 taxis circulando por la ciudad y ocupan el 60% de las vías principales. Solo el 5% de esos taxis pertenecen a empresas con los papeles en regla. Aquí se impone el regateo puro y duro. Son los mismos taxistas los que te abordan en cualquier lugar y antes de subir a él se negocia el monto del viaje, independientemente del tiempo que se tarde en el mismo. En general son muy baratos en comparación con España y, la gran mayoría, muy, muy viejos. Requeteviejos.

La circulación en horas punta en un auténtico caos y a duras penas se respetan los pocos semáforos que hay en las avenidas principales. Por supuesto los pasos de cebras no valen para nada; es más, yo creo que les vale de incentivo a los conductores para acelerar cuando ven a un viandante pasar por uno de ellos.




La avenida Arequipa es una de las principales de la ciudad, con 52 cuadras se extiende de norte a sur desde el centro hasta Miraflores pasando por San Isidro. Casi once kilómetros de longitud. Una tarde ya oscurecido, sobre las siete, cogemos un taxi casi al principio de la avenida para que nos llevara hasta la calle Berlín, sita muy cerca de nuestro hotel. El trayecto duró exactamente 52 minutos, en el que pudimos palpar y vivir el tormento del tráfico en todo su esplendor. El chico que conducía lo hacía a latigazo limpio, en un constante zig-zag, cambiando compulsivamente de carril para apenas ganar unos metros, independientemente de que el carril fuese el destinado a los transporte públicos. La ley del más fuerte. El que tenga más sangre fría y meta el morro primero se adueña del carril tenga o no prioridad para ello. En estas pugnas los coches van pegaditos unos a otros, rozándose hasta que uno se raja y se echa para atrás. No se respeta nada, ni siquiera las ambulancias. Durante un buen rato del trayecto (no menos de diez minutos), circulamos detrás de una ambulancia con la luz roja puesta, que va por su carril de preferencia, completamente colapsado de taxis, y sin que ninguno le haga el menor caso ni se aparte a su paso.

Le comento a nuestro conductor lo poco cívico que me parece ese comportamiento y, lapidariamente, lo único que dice es: -¡Bah, seguro que ese cuando llegue ya va muerto! Sin comentarios.

En otro periplo, y después del pertinente regateo, nos montamos en un taxi del año de Matusalen con unos cuarteados asientos de skay de lo más “vintage” y sin asomo de cinturón de seguridad por ningún sitio. Al cabo de un rato de ruta y después de preguntarnos nuestra procedencia, y una pequeña perorata, el taxista se queda pensativo y nos inquiere:
-          Dice usted que en su país ¿no se negocia la plata antes de tomar un taxi?  Entonces ¿cómo sabe usted lo que cuesta el viaje?

Le explico como buenamente puedo el sistema de contador incorporado al taxi, que calcula el costo en función del tiempo y el recorrido efectuado, y se me queda mirando con cara de incredulidad y como pensando que le estoy metiendo la trola madre y me dice:

-          Venga ya, ¿esas cosas existen de verdad?




Un peligro, los taxis y los taxistas, hay que tener un extremo cuidado al cogerlo, tanto, que la policía distribuye folletos entre los turistas con las siguientes recomendaciones del Ayuntamiento:

·         Si ha de coger un taxi opten por uno empadronado y verifiquen si la unidad tiene las franjas amarillas con negro en los laterales, el casquete de taxi y el número de placa pintado a los costados.
·         No aborde taxis detenidos en la vía, tampoco los que se encuentren primeros en las puertas de los cines, restaurantes u otros negocios.
·         Siempre ocupe el asiento trasero y mantenga la luna de su ventana semiabierta. Observe bien las características del conductor y del vehículo.
·         Si el chofer solicita detenerse en un grifo, esté muy atento. No acepte golosinas o cigarrillos, pues pueden adormecerlo.
¡Cojonudo!

Pero el señor Neri es otra cosa, es el   sursuncorda de los taxistas limeños

LIMA. MIRAFLORES

Lima son muchas Limas colocaditas unas junto a las otras sin solución de continuidad, pero con el cuidado justo de no rozarse; piezas separadas de un gigantesco puzle que adquiere sentido cuando se colocan correctamente y al encajar muestran la imagen escondida.

Lima es sencillamente monstruosa, gigantesca, una mega urbe sin apariencia de serlo, difícil de entender y de concebir para un urbanita europeo como yo, acostumbrado a vivir en una ciudad de tamaño medio y ordenada. Más de 10 millones de habitantes, casi la mitad de toda la población del Perú, pululan por una enormidad de extensión de 3.000 kilómetros cuadrados. Mogollón de distritos absolutamente distintos unos de otros; desde el peligrosísimo Callao son su sempiterno estado de excepción, tomado por el ejército, y donde pasear por sus calles a cualquier hora del día (no te cuento nada si es de noche) supone un serio riesgo para la integridad, hasta el bohemio y emergente Barranco, la europea y segura Miraflores,  San Isidro, el distrito bancario, el colonial “Cercado” en el centro de la ciudad y símbolo del poder político, Chorrillos y un larguísimo etc.

En el Cercado, delante del Palacio Arzobispal. De izquierda a derecha María, yo, Ana, Rafa, el del maletón de Mecadona, mi hija Rocío y Eva, hija de Ana

Lo primero que te sorprende al bajar del avión y salir de la terminal es la luz mortecina bajo un cielo nebuloso y una humedad que hace que el cemento de las aceras de las calles brille como si estuviese recién regado. Durante los ocho día que estuvimos en Lima (en cuatro etapas de dos días cada una), apenas en un par de ocasiones vimos un atisbo de sol al mediodía, y fue en nuestra primera visita, recién nombrado Pablo Kuczynski nuevo presidente de la Republica. Supongo que el sol se dignó salir a saludarlo y felicitarlo por su pírrica victoria sobre la hija del dictador Fujimori. De todas formas, es una inútil lucha la que mantiene el astro rey con la compacta capa de nubes que cubre constantemente la ciudad y que tiene el peculiar nombre de panzaburra. “El cielo panzaburra de Lima” lo llama Mario Vargas Llosa en su última novela “Siete esquinas”

En justa contraprestación a la ausencia solar tampoco llueve nunca, apena un tenue y tímido calabobo al amanecer, “garua” lo llaman los limeños, que no deja de ser más que minúsculas gotitas en suspensión. Como consecuencia de ello, la ciudad presenta un aspecto gris, con una perenne capa de polvo que lo incrusta todo, y menos mal que no llueve nunca ya que de hacerlo gran parte de la Lima colonial del centro se vendría abajo sin remedio, al estar las casas construidas de paredes de “quincha” (una mezcla de cañas, barro y paja) y multitud de casas carecen de techo protector


Techumbre de las casas en pleno centro.Como se puede ver, todo está patas arriba, sin protección en caso de lluvia, todo construido con quincha


Evidentemente, y como no podía ser de otra manera, elegimos como centro estratégico desde el que movernos un  hotel de Miraflores: Hotel Miramar, al ser el único distrito de todo Lima  donde se puede andar con tranquilidad después de oscurecer. Miraflores está repleto de carteles con el slogan “Miraflores, ciudad segura” y hay policías y cámaras de seguridad por todos lados. Aún así, te sales de las grandes avenidas y compruebas que  todas las casas bajas y chalets están rodeados de una pared alta coronada por concertinas o alambres electrificados, amén de cámaras por todos lados.

Vista desde el Malecón de Miraflores

Miraflores está junto al mar en una amplia zona de acantilados terrosos desde los que se tiene una impresionante vista del Pacífico. Abajo, junto a la playa, transcurre la Costanera, una vía de carretera que descongestiona el tráfico de toda la ciudad (bueno, por lo menos lo intenta). Toda esa ajardinada zona bulle durante el día de jóvenes haciendo deporte, ala delta, de parejas arrullándose en sus numerosos parques, de chicos y chicas en monopatín haciendo cabriolas imposibles, de personas mayores sentados en bancos disfrutando de los escasos rayos de sol  que, alguna vez que otra, asoman tímidamente, mientras abajo, en la interminable playa y sobre unas aguas muy contaminadas, multitud de sulferos galopan sobre las olas.


Otra vista, con Barranco al fondo

Como ya he dicho, Miraflores es la parte rica de la ciudad, y como era absolutamente previsible, tiene su centro comercial para “pitucos” (pijo limeño, rico, niñato y blanco). El centro se llama Lancomar y está repleto de tiendas de ropa, deporte, cines y muchos restaurantes que se asoman al malecón con unas vistas espectaculares. Todo de marcas conocidísimas y carísimas. Allí sólo se ven  europeos y a la jet de Lima. Las dos o tres veces que estuvimos no había mucha gente, desde luego con los precios de las tiendas, el limeño de a pie tiene prohibido asomarse por allí a comprar. Entramos en una tienda donde la estrella era un juego de camiseta de Messi y sus botas por 250 euros, el sueldo de más de un mes de un peruano. En otra comprobamos que el precio de los libros es desorbitante, una mala edición de bolsillo sale por casi treinta euros.
Lancomar, al fondo el Pacífico

Allí, en uno de sus muchos restaurantes, nos tomamos nuestra primera cerveza, una cusqueña; como dicen los limeños “después de chambear nos tomamos unas chelas con los patas” que en román paladino significa “después del trabajo nos tomamos unas cervezas con los amigos”
Tomando la primera chela

De noche la ciudad bulle literalmente abarrotada de gente alrededor del Óvalo y de los cientos de bares y sangucherias que rodean el parque Kennedy. Las sangucherias son establecimientos donde te sirven enormes bocatas hamburguesados, pero con carne de la buena. Una de nuestras cenas fue en Sangucheria La Lucha, frente del parque Kennedy y realmente el bocata estaba exquisito; mi hija fue incapaz de acabarlo, lo que no fue óbice para que instantes después, Eva y ella, se zamparan un helado tuneado tres portales más abajo.

Apenas dos cuadras más allá, en la calle Berlín, el ruido de la música a todo volumen lo inunda todo, toda la calle es un local vociferante repleto de decibelios por un tubo. Sin duda la zona más moderna de todo Miraflores y con cervezas a un precio aceptable, sobre 6-7 soles la de 600 mililitros. En esta zona la comida estrella son las alitas de pollo a la barbacoa de cien tipos diferentes y para acabar la noche la bebida nacional del Perú: los piscos sour, a un precio que ronda los 15 soles,  sobre cuatro euros. En general la bebida, a diferencia de la comida, es muy cara, y los vinos absolutamente prohibitivos, pero de este tema ya hablaremos más tarde en una entrada especial.

El parque Kennedy también está repleto, pero de jóvenes cazadores de pokemones con sus móviles de última generación en mano absortos en sus pantallitas. “Pokemongos” les dice despectivamente un taxista que nos traslada al hotel cuando pasamos por allí. Están por todas partes y me viene la idea a la cabeza de que la estupidez humana no tiene límites.  Le he preguntado a varias personas sobre el nombre del parque y nadie me ha sabido responder; lo único que he sacado en claro es que Kennedy no visitó nunca el país, y de que el parque es el paraíso de los gatos.


             
Gatos por todos lados, una marabunta de gatos
             Cuando te vas acercando al parque empiezas a ver gatos callejeros tranquilamente por todas partes; orondos gatos sesteando tumbados en cualquier sitio, perezosos gatos acicalándose,  lamiéndose o bufando, pero cuando entras en el parque la plaga adquiere dimensiones bíblicas. Alguien, según cuentan, llevó una pareja hace muchos años para erradicar algunas ratas que había por esos lares. Cuando acabaron con ellas la gente, agradecida por el trabajo, empezó a cuidarlos y mimarlos, llevándoles comida y, claro, ante unas condiciones óptimas de vida, los mininos empezaron a procrear como posesos y ahora van a tener que contratar a un moderno flautista de Hamelin  para acabar con ellos.


¡Cuánto gato, por Dios! Gatos por todos lados. Una marabunta felina.

EL CERCADO. LIMA

                Todo el mundo conoce el centro de Lima por “El Cercado” (en realidad “El Cercao”) y el nombre le viene por las murallas que lo cercaron hasta el siglo XIX; de aquel entonces perdura la nomenclatura que ahora se ha hecho costumbre.

                Llegamos a Lima al día siguiente de la toma de posesión del nuevo presidente de la Republica, el señor Pedro Pablo Kuzczynski (apellido precolombino como bien se puede apreciar), quien, en un apretadísimo sprint electoral final, se llevó el gato al agua frente a su oponente Keiko, la hija del dictador, corrupto y encarcelado ex presidente Fujimori, por apenas un puñado de votos. En todos los círculos en los que nos movemos se respira satisfacción y esperanza, satisfacción por el desenlace de los comicios y esperanza por el perfil tecnócrata del nuevo presidente, del que se espera que frene la corrupción y sobre todo que dé un fuerte impulso a la economía del país, que bien que lo necesita los que sufren sus penurias.

Esperando el cambio de guardia

                En el hotel nos recogen a primera hora Rafa y María. Rafa es amigo de Ana y lleva viviendo cuatro años en Lima (este es el Rafa de la maleta del Mercadona) y María es amiga de Rafa, y apenas lleva un año por la ciudad. Ellos serán nuestros anfitriones. Lo primero que hace Rafa es enseñarnos a regatear con los taxistas, materia en la que es un verdadero artista. Cogemos dos taxis para los siete y después de quince minutos (es día feriado y no hay casi ningún tráfico), nos depositan en la Plaza Mayor o de Armas, justo delante de la catedral. Catedral que por cierto no pudimos visitar al estar cerrada al público con motivo de la celebración de la toma de posesión del día anterior. Hoy, una multitud de operarios están guardando en ella toda la parafernalia de achiperres y boatos que se utilizaron en el día de ayer durante las múltiples ceremonias.

                Casi más impresionante que la fachada de la catedral es la del Palacio Arzobispal que está a su lado, y encajonada entre uno y otro está la Iglesia del Sagrario, que tuvimos la suerte de encontrar abierta y en la que nos colamos raudo. Nos atiende solicito el sacerdote custodio de la misma y como el buen el hombre tenía unas tremendas ganas de cháchara  nos tuvo entretenidos un buen rato, enseñándonoslo todo a conciencia y sin prisas. Acabamos en la sacristía donde se encontraba depositada la imagen de Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad. Como curiosidad decir que toda la azulejería del templo es de Triana.
Santa Rosa de Lima
            La Plaza Mayor  es el principal espacio público de la ciudad. Está ubicada en el centro histórico de Lima y a su alrededor se encuentran los edificios del Palacio del Gobierno de Perú(antiguo palacio de Pizarro), la Catedral de Lima, la Iglesia del Sagrario, el Palacio Arzobispal de Lima y el Palacio Municipal de Lima.

             Después de unas vueltas por la plaza y de la correspondiente sesión de fotos que nunca puede faltar, de visitar un antiguo museo ferroviario reconvertido en ágora literaria para más gloria de  Vargas Llosa y para disgusto de  Rafa que es un enamorado de los trenes y de toda su parafernalia, de ver los puestos de artesanía que hay justo detrás del palacio a orillas del río Rimac, que apenas es un hilillo de agua oscura en medio de un inmenso cauce lleno de suciedad, de visitar un par de galerías comerciales donde compramos unos caramelitos de coca a una familia vestida con trajes tradicionales andinos, después de todo eso, nos dispusimos a ver el cambio de guardia en el Palacio de Gobierno y nos unimos a la gran cantidad de gente que se aglomeraban para ver el espectáculo. Decepción total.  Nos fuimos al cabo de un rato cansados por lo tedioso del mismo, cansinamente largo, muy orquestado y demasiado barroco, más coreografía que parada militar.
Vendiendo caramelos de coca

Mi mujer y mi hija
                Misteriosamente Rafa nos dice que nos va a llevar a un sitio fuera de los circuitos turísticos, sitio que él descubrió por pura casualidad en un día de vagabundeo por la zona. La casona donde vamos fue el antiguo hogar de un adinerado comerciante naval y hoy es la sede de varias academias peruanas, entre ellas la de la lengua y la de medicina. Nos recibe el portero de la misma que, cuando le comentamos nuestro interés por visitarla, tranca la puerta y nos hace de cicerone, sabedor de que le espera una buena propina por ello. El hombre es encantador y con un buen poso de cultura.

                La sala donde se reúnen los académicos de la lengua es muy modesta, carente del mínimo boato, apenas una gran mesa rodeada de sus correspondientes sillones, un gran escudo y algunos cuadros. Obviamente, todos nos hicimos una foto sentados en el sillón que ocupaba Mario Vargas Llosa (pongo ocupaba y no ocupa ya que hace la tira de tiempo que no pisa estos suelos). Muchos salones por todas partes, uno de ellos en particular, el dedicado a las conferencias, bastante espectacular, con una sillería y un techo de madera labrado bastante impresionante.


Sentado en sillón de Don Mario Vargas Llosa

Subimos hasta el mirador de la última planta desde el que se divisa una espectacular y a la vez devastadora imagen de Lima. El mirador, una curiosidad arquitectónica en la ciudad, lo mandó construir el dueño de la casa para poder desde él divisar sus barcos cuando estos arribaban al puerto del Callao. Hoy eso ya no es posible con el crecimiento descontrolado y salvaje de la ciudad.

Visitamos la balconada de madera, con tupida celosía, donde nos contó la historia costumbrista del siglo pasado cuando, durante un cierto tiempo, se puso de moda entre las damas de la alta sociedad salir a la calle con la cara totalmente tapada, cual burka actual, y nos recomendó la lectura del libro Tradiciones peruanas, del polifacético escritor Ricardo Palma, donde se narran estos acontecimientos y muchas otras curiosidades.

Acabamos la visita en la zona del edificio donde tiene su sede la academia de  medicina, y allí pudimos ver y tocar, ¡válgame Dios!, auténticos incunables de pergamino que nuestro cicerone sacó de una vitrina, y ante nuestros asombrados ojos, tocaba y manoseaba con la mayor de las despreocupaciones y sin ninguna medida profiláctica. Algunos con cuatrocientos años de antigüedad. No pude dejar de pensar en el tesoro que ponía en nuestras manos y en la nula seguridad en la que se encontraban, nada más fácil para un choricete interesado que simplemente entrar eludiendo al guarda, abrir la vitrina y cogerlo con total impunidad.


Manoseando incunables

Acabada la visita y después de gratificar espléndidamente a nuestro anfitrión, Rafa nos llevó paseando por céntricas calles repletas de espectaculares edificaciones, antiguas casonas todas ellas con magníficas balconadas de madera noble. Visitamos patios interiores diseñados a imagen y semejanza de los conocidos y frescos patios andaluces, y estuvimos en dos o tres grandes plazas, siempre presididas en su parte central por alguna gigantesca estatua, la mayor de las veces ecuestre, de algún prohombre de la nación, entre ellos el coronel Bolognesi del que encontramos estatuas y calles en todas las ciudades que estuvimos.


Estatuas ecuestres por doquier

                Nuestro periplo nos llevó a visitar el convento y la basílica de San Francisco de Asís, famosa por sus catacumbas y el enorme osario que ellas contienen, pero tuvimos la mala fortuna de que llagamos tarde y nos quedamos con las ganas. De todas formas pudimos ver al pequeño Niño Jesús que hay en una vitrina  a la entrada del convento y al que todos los días lo visten con las ropas más dispares. ¡Divino de la muerte estaba ese día! Un canto al colorido más abigarrado. Lástima que no se podían hacer fotos en el lugar (no hace falta ser un lince para adivinar el porqué) para inmortalizar el modelito que llevaba. Ágata Ruiz de la Prada en versión limeña.


Imagen del osario de San Francisco de Asis

           Sorprende la cantidad de limpiabotas que hay por todos los lados con su chiringuito perfectamente equipado; eso en España ya es imposible de ver. La gente suele aprovechar el tiempo para leer algún periódico mientras le lustran los zapatos. El precio de la operación ronda los dos-tres soles (sesenta-noventa céntimos)


Un limpiabotas cómodamente trabajando, en plena faena




En nuestro caminar un tanto aleatorio, nos dimos de bruces con un pequeño museo donde se guardaba buena parte de la historia de Perú, pero fundamentalmente dedicado a un aspecto antropológico muy interesante: sus momias, amén de otras curiosidades. Impresionante y conmovedora la colección de momias que albergaba, tanto como las fotografías de ellas que colgaban de sus paredes.


Fotos de momias

                Cuando la tarde empezaba a declinar Rafa nos urge a volver a casita, léase Miraflores. A pesar del enorme bullicio que todavía había por calles y plazas, de la ingente cantidad de transeúntes que lo inundaban todo, Rafa nos comenta que no es aconsejable seguir por esos lares, que la cosa se puede poner insegura en cualquier momento. A mí me parece demasiado aprensivo y algo pesimista, pero bueno, él es el que vive aquí y supongo que sabe perfectamente lo que se trae entre manos. Para volver a Miraflores cogimos primero un bus urbano de los años veinte donde prácticamente te meten a empujones, y que va repleto de trabajadores autóctonos que vuelven medio dormidos a sus residencias en los barrios periféricos de Lima, después de un intenso y agotador día de trabajo. Algunos te miran sorprendidos, preguntándose qué hacemos nosotros allí, pero la mayoría dormita como puede sin impórtale un pimiento el traqueteo y el ruido del autobús. Si para subir te empujan como a las ovejas cuando se las mete en el redil, para bajar no te cuento nada morena; poco más y nos tiran a la cuneta como a las balas de lana cuando las cargan en una falúa.
               
Preciosa balconada
Después cogimos El Metropolitano, que es un sistema de autobuses de tránsito realmente rápido y eficaz que tiene su vía personalizada, lo que le hace inmune al caos circulatorio de la ciudad. Este sistema es administrado por la Municipalidad de Lima y es operado en su mayoría por consorcios colombianos. Esta es otra constante en Perú, muchísimas de sus empresas están en manos de capital extranjero. En un plis-plas nos encajamos en Miraflores y acabamos en un restaurante Nikkei (comida japo-peruano) llamado Ache, sito en una calle donde de los muchos restaurantes de categoría que había, este era el único que no pertenecía al omnipresente gurú de la gastronomía peruana Gastón Acurio. Cojonuda comida, aunque he de decir que el sushi encevichado que ponen aquí en Sevilla en el restaurante Nazca de la calle Baños es tan bueno o mejor que el que probamos allí.

Comiendo en Ache

               De allí no fuimos a una chocolatería con el sugerente nombre de María da Placer, y posteriormente a la calle Berlín a tomarnos una copitas y …a las diez, dormidos como benditos como no podía ser de otra forma.

                ¡Que cansino es estar fuera de casa! Pero que bien se está, leches.

      Mañana nos vamos a visitar a los uros en el lago Titicaca


ENTRADA 1: PREAMBULOS
ENTRADA 2: TRES PINCELADAS DE LIMA
ENTRADA 3. PUNO-LAGO TITICACA
ENTRADA 4. DE PUNO A CUSCO
ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. MALI Y LA FUENTE DE COLORES
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. UN MERCADO EN LIMA
ENTRADA 9. CHACHAPOYAS
ENTRADA 10. TARAPOTO
ENTRADA 11. COMER EN PERU

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