A las siete y media ya nos estaba esperando la
van en la puerta del hotel para
llevarnos de vuelta a Tarapoto en el que es el último destino de nuestro
periplo por Perú. No voy a ser pesado contando de nuevo el viajecito de marras;
el caso es que llegamos al hotel a las tres de la tarde después de siete horas
y media de paseíto. Esta vez de un tirón, sin descanso para comida ni na de na.
Como ya mencioné anteriormente,
lo primero que te llama la atención al llegar a Tarapoto es el calor, en
realidad no tanto el calor como la altísima humedad que hay en el ambiente,
que hace que estés empapado al momento.
Bajas de la sierra y te metes en el horno de la selva, del fresquito de los
aires puros serranos al sofoco de una vegetación exuberante que crea un clima
asfixiante. Lo segundo que te impacta son los motocarros, es una cosa
absolutamente demencial cómo están las calles repletas de ellos.
En una conversación posterior que mantuvimos con el primer regidor de
la municipalidad, teniente de alcalde para nosostros, don Manuel Nieves, le
pregunté al respecto sobre la cuestión del tráfico y las cifras que me
proporcionó me dejaron patidifuso: Para una población de unos 145.000
habitantes hay sobre 22.000 mototaxis, es decir uno por cada siete personas. De
esos 22.000 sólo 2.000 tienen licencia municipal para ejercer como medio de
transporte de pasajeros, pero eso de las licencias aquí, como en todo Perú, es
una mera formalidad que casi todo el mundo se pasa por el forro de los
pantalones. Ahondando en la materia, me comentó que el 70 por ciento de todo el
parque automovilístico de la ciudad son mototaxis, un 25 por ciento motos y
sólo el restante 5 por ciento son coches.
El hotel, Casa de Palos Boutique, es una monería, con un acogedor patio
repleto de follaje donde constantemente vemos algunas lugareñas vestidas con
sus trajes típicos trabajan confeccionando manualidades. También hay una
americana medio locata que está siempre con ellas intentando aprender sus
técnicas. El hotel es un alojamiento un tanto peculiar, diferente, hecho con madera, tejas, telares, y detalles
étnicos. Una autentica caja de Pandora en cuanto a decoración se refiere,
decoración muy amazónica.
En la planta alta está el
comedor donde nos sirven el desayuno, y en él la dueña del hotel tiene un
pequeño negocio de tostado y envase de café que le traen directamente los
nativos de la selva nada más recolectarlo. Es un espectáculo ver a la señora
prepararte el café del desayuno con métodos puramente artesanales y lo
endiabladamente bueno que está el jodido. El café lo venden sin moler,
empaquetado y recién tostado. Cuando nos despedimos de ella tuvo la delicadeza
de regalarnos un paquete para mi suegro, y como le habíamos comentado que ya en
España nadie molía en su casa el café, que los molinillos caseros ya habían
desaparecido de las viviendas, nos preparó el regalo ya molido y todo. También
vendían un chocolate preparado por una asociación de mujeres chocolateras.
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Mi hija en el patio del hotel |
Nada más llegar, y con el
estómago haciéndonos señales de notoria falta de manduca, nos fuimos a comer al
restaurante La Patarashca del que ya tenía excelentes reseñas por
Tridapvisor. Además del nombre del
restaurante, La patarashca es uno de los platos típicos de la selva peruana.
Este delicioso manjar está hecho a base de pescado relleno, envuelto en hoja de
plátano y cocido
a la parrilla.
Probamos un ceviche de un delicioso pez local llamado doncella y también un “enrrolladito” de
pescado acompañado con una salsa blanca. En un plato aparte nos pusieron como
una pasta de no sé qué cosa que venía envuelta en hojas de platanera y estaba
para chuparse los dedos, cosa que por supuesto hicimos.
Ceviche |
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Patarashca |
Dedicamos la tarde a descansar y por la noche nos reunimos por primera
vez con los universitarios a los que Ana y Eva venían a visitar.
A la mañana siguiente Eva y Ana se van muy temprano a la sede que la
Universidad César Vallejo tiene en la ciudad, donde tienen una cita con el
profesor que coordina el proyecto allí y tendrán oportunidad de saludar al
Rector y a la directora General de la sede de Tarapoto.. Rocío y Eva se quedan
en el hotel durmiendo. Yo, como soy culillo de mal asiento, después de
desayunar, cogí un mototaxi y me largué a visitar el mercado local. Casi nada
al aparato, un mercado en plena selva;
un orgasmo asegurado.
El mercado es una sucesión interminable de cientos de puestos que
ocupan los bajos de toda una enorme cuadra. Además de los puestos de rigor, hay
un montón de mototaxis aparcados en las aceras cargados con todo tipo de
frutas, en los que también se puede comprar y carrillos de mano donde en lugar
del habitual cemento habitan cientos de peces absolutamente desconocidos para
el que esto escribe. Pescaderías ambulantes con un sistema de pesaje de lo más
sospechoso.
Lo primero que veo nada más llegar, y cuando todavía no me he bajado
del mototaxi es un perrazo que huye despavorido arrastrando un costillar que
lleva bien cogido con la boca. Detrás de él un par de carniceros lo persiguen
encarnizadamente a grandes zancadas con unos palos en la mano. Al cabo de un
rato lo acorralan y logran quitarle de las fauces el costillar, le dan unos
golpecitos para quitarle la tierra como el que se sacude el polvo y se vuelven
a su puesto tan ufanos con la mercancía recuperada, no sin antes atizarle al
perro unos palos en el lomo y despedirlo con un buen puntapié.
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Peces de topo tipo: pirañas, doncellas, paisas y la tira que no conocía. |
En los puestos de carne adobada hay montañas de ellas, de todas las
partes inimaginables del cerdo. Los clientes las eligen manoseándolas para ver
su calidad y textura, metiendo sus manazas entre ellas, sobándolas,
calibrándolas para escoger la que les
parece mejor. La carne que no les gusta, después del manoseo, la dejan en el
montón y aquí paz y después gloria. Los pollos se venden o ya muertos, pelados
y pasados someramente por aceite hirviendo para darles un brillo lustroso o
vivitos y coleando y la faena la haces tú. Hay cientos de jaulas con gallos,
gallinas, patos, cuyes y yo que sé que bichos más por todas las aceras.
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Pedazos de cocos amenos de un euro |
La zona de la carnicería es un poco desagradable vista desde una
perspectiva occidental y europea. Los
mostradores repletos de trozos de cerdo cortados de todas las formas posibles
forman largas hileras sobre tablones de madera sin saber muy bien donde acaba
un puesto y empieza otro. El ambiente es un poco asfixiante y hay un tufillo a
carne y sangre difícil de soportar por mucho tiempo. Me doy una rapidita vuelta
y salgo pitando de allí.
En total he estado un par de horas y me lo he pasado pipa. Muero por un
mercado, y si es de este tipo requetemuero. Orgasmo puro y duro.
Cuando vuelvo al hotel sobre las once me llama Eva y me dice que vienen
a recogernos con dos coches de la universidad, que nos van a llevar a visitar
Lamas y después comemos con el rector y su plana mayor en Doña Zuly. Mi hija todavía está dormida, así que
raudo la saco de la cama y nos preparamos para el cambio de planes. Lamas, es
una de las ciudades más antiguas del oriente peruano; su población data de
tiempos inmemoriales. Algunos estudios indican que descienden de los primeros
pobladores primitivos que llegaron en oleadas migratorias a esta parte de la
selva. Hoy en día el principal centro étnico es el poblado Menor Kechwa Wuayku, también denominado como el Barrio del Wayku, que
se encuentra próximo a la zona urbana de Lamas. En el barrio del Wayku se
encuentra un gran grupo de descendientes de los Pocras y
Hanan Chancas,
aún conservan el idioma Kechwa lamista y siguen viviendo en construcciones de
barro sin ventanas como hace cientos de años, donde además desarrollan sus
actividades festivas y familiares. Mantienen una forma de vida que se ha visto
muy poco alterada por el paso del tiempo.
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Mujer lama despiojando a su hija |
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Tejiendo |
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Salón del ayuntamiento |
Después de la visita a Lamas volvemos a la universidad, donde Eva y Ana
tienen concertada una reunión con el recién nombrado Excelentísimo Rector de la
Universidad Cesar Vallejo para todo Perú, el Señor Don Humberto Llempén Coronel, que casualmente se encuentra en la ciudad
realizando su primera visita a la sede de Tarapoto. Como casi siempre ocurre,
me pasó una cosa harto curiosa con él. Antes de entrar en la reunión, muy
amablemente me lo presentan y, después de unas palabras de obligada cortesía
todo el grupo de profesores, el rector y nosotros nos encaminamos hacía el
despacho donde se va a celebrar la reunión. El Señor Rector y yo empezamos a
hablar distendidamente comentándome su estancia en Europa cuando hizo su tesis
doctoral en Austria. De eso y sin solución de continuidad, pasamos al muro de
Berlín, al mayo del 68, a los hospitales en Sevilla (tiene una hija médica que
trabaja en un hospital sevillano) y acabamos con la eterna dicotomía que invade
la ciudad de Sevilla: La Macarena y la Trianera, el Betis y el Sevilla.
De pronto nos paramos y perplejos nos percatamos de que estamos en un
largo pasillo más solos que la una. Perdidos del todo, más perdidos que el
barco del arroz, sin tener ninguno de los dos la más pajolera idea de dónde
estamos y donde está el pelotón de gente que nos acompañaba un instante antes.
Manda huevos, como dijo el ínclito Federico, que el Rector se pierda en su
universidad. En los próximos diez minutos nos dedicamos a abrir puertas al
tuntún a ver si por casualidad encontrábamos al personal. Inútil empeño, hasta
que un azaroso y acalorado bedel nos localizó y presto nos llevó a nuestro
destino para alivio de los que allí, un pelín preocupados por la inexplicable
tardanza, nos esperaban; bueno lo esperaban a él, yo no pintaba nada en el
asunto.
Después del reencuentro, el pequeño discurso, las lisonjas, los
parabienes y etc. nos fuimos todos a comer en buena armonía a Doña Zuly, donde la universidad había
reservado una larga mesa para seguir confraternizando mientras le dábamos uso
al marfil de las dentaduras.
Muchísimo
calor y un servicio deplorable con un desajuste de órdago: Cuando algunos de
nosotros aún no habíamos recibido el primer plato otros ya habían concluido el
almuerzo; un desastre total. El sitio es bastante bonito, con un hermoso y
ajardinado patio. El restaurante pasa por ser el más selecto de la ciudad. La
comida estaba bastante buena, pero claro, no puede ser que te pongan el primer
y el segundo plato a la vez, cuando ya la mitad de los comensales se han
levantado de la mesa, cosa que nos ocurrió a mi hija y a mí.
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Tomándonos un pisco en el patio de Doña Zuly |
Esa misma tarde la menor de las Evas se vuelve para Lima para coger el
avión rumbo a España. No quiere esperar a volverse con nosotros ya que eso le
supone perderse parte de las fiestas patronales de su pueblo. Como no podía ser de otra manera,
vamos todos al aeropuerto a despedirla y para ello cogemos dos motocarros. El
trayecto es apenas unos diez minutos y todo el tiempo cuesta abajo por largas
calles. Los cachondos de los conductores deciden divertirse un rato y emprenden
una loca carrera a ver quién llega antes. Cuesta abajo a todo carajo sorteando
mototaxis y con multitud de calles perpendiculares de las que asomaban los
morros de otros. Inolvidable experiencia. ¡Qué paseo más agradable! ¡Qué risas
que nos dimos! ¡Qué hijos de la gran chingada!
Acabamos la noche en la terraza ajardinada de un restaurante al lado
del hotel llamado Chalet Venezia que fue un auténtico hallazgo y del que nos
hicimos fieles devotos, degustando un maravilloso pulpo al olivo (pulpo cocido,
luego pasado por las brasas y en una espesa salsa de aceitunas) que para mí,
sin dudarlo un momento, fue una de los mejores platos que he probado en todo
Perú (el ceviche juega en una categoría aparte). Encima, la cerveza estaba
helada, el sitio era cómodo, el servicio impecable, cambiándonos los vasos por
otros fríos a cada momento, y para remate del tomate teníamos delante un enorme
televisor donde pudimos ver al fenómeno jamaiquino Usain Bolt ganar, arrasando
como siempre, su séptimo oro olímpico, su tercero consecutivo en cien metros
lisos.
Delicioso pulpo al olivo |
¡Chúpate esa
morena, hijas predilectas de Tarapoto. Casi nada al aparato!
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Foto institucional con las autoridades |
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En la catarata |
La catarata en un lugar muy turístico y de muy fácil acceso, nada que
ver con Gotca. Apenas dos centenares de metros por un camino muy bien
acondicionado con pasamanos incluidos y llegamos a la gran poza donde cae el
agua. Hay dos pequeños barracones donde poder cambiarse y todo el grupo se
lanza a ponerse el bañador y disfrutar de un relajante baño. Todos menos yo,
que no tenía la más mínima intención de meterme en tan oscuras y procelosas
aguas. Eso ya está hecho, para que en esas aguas haya algún perdido candirú
y le dé por meterse en sálvese la parte, tiemblo solo de pensarlo. Mientras mis damiselas disfrutaban de su baño colectivo, me dediqué
a guardar y tener a buen recaudo las cámaras y mochilas del personal, amén de
ejercer de reportero oficial del grupo.
Después del remojón nos llevaron a comer al “El mono y la gata”, un
restaurante sito un par de kilómetros más arriba y desde el que se divisaba un paisaje
espectacular. El nombre le viene por la apariencia física de sus fundadores,
con la similitud de ambos con sendos animales. Nos atiende una de sus nietas,
que ha heredado los rasgos de su abuela, gata pura. Nos pasa la carta con las
comidas habituales por aquí, y antes de irse a por las cervezas, lo primero es
lo primero, se vuelve y dice como al tuntún “ah,
también tengo carapalo”. Carapalo,
qué leches es carapalo? Interpelo raudo como un rayo, expectante. El señor
Nieves me aclara la duda: armadillo. Durante
el viaje he comido cuy en Cusco, alpaca en varios sitios, la tira de peces
desconocidos en ceviches y algunas que otras cosas que mejor ni saberlo, pero
armadillo me suena a la repera de exotismo, así que después de algunas dudas,
me lanzo y lo pido. Nada más verlo en el plato, cuando me lo ponen delante de
mis narices me arrepiento de mi decisión pero alea jacta est y a cruzar el Rubicón lo más dignamente posible. Da
un poco de aprehensión ver la carnecita del bicho pegadita al escudo de placas
cortadas que hay delante de mis narices y pensar que el espécimen estaba antes
de ayer tan tranquilito en su selva para que venga un chingado descendiente de
Pizarro a destriparlo y meterle malamente el diente. Encima, para más inri, el
armadillo no me ha gustado mucho que digamos.
La carne tiene un ligero sabor a cerdo, pero con un regustillo a grasa
un poco rancia que la impregna en demasía. A lo mejor es todo sugestión y estoy
un poco sobrepasado por mi atrevimiento culinario.
El caso es que no lo he disfrutado. Vamos, que no estoy muy contento
que digamos. Cuando he comentado mis dudas por la elección y mi posterior
arrepentimiento ecológico por la misma entre mis compañeros de mesa, no por la
comida sino por el animal, nuestro amigo Nieves me consuela diciéndome que los crían en granjas como a los cuyes,
pero yo no me lo creo, más bien pienso que lo dice para acallar mi mala
conciencia ecologista. Es curioso, pero tres días antes, durante la visita a la
catarata de Gotca, habíamos comprado un armadillo de madera hueca a un artesano
de Cocachimba, a mi hija le encantó nada más verlo y nos lo agenciamos por 21
soles. En realidad es una hucha, pero no voy a utilizarla como tal, sino como
adorno. Aún no sé dónde, pero ya le encontraremos el sitio adecuado.
Pasamos una buena mañana entre
charlas, baños, risas y todo lo que se nos puso por delante.
Por la tarde Ana y Eva todavía
tuvieron tiempo para una postrera visita a una Escuela de Familias donde
ejercen su labor las chicas universitarias sevillanas. La verdad es que ya he perdido la cuenta de
la cantidad de visitas, reuniones, entrevistas, acuerdo, etc.etc que llevan las dos a sus espaldas. Se lo han
currado de lo lindo en el viaje.
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En la escuela de familia |
Nos despedimos de Tarapoto y de nuestras chicas con una buena Cusqueña
y unos platazos de ceviche y de pulpo al olivo en Chalet Venezia.
A la mañana siguiente nos dirigimos al aeropuerto para coger nuestro
último vuelo interior a Lima, en total hemos realizado seis vuelo por el país,
todos con la compañía Latam que nos ha ofrecido un buen servicio salvo en la
emisión de los billetes que nos ha dado más de un quebradero de cabeza. Durante
la hora que estuvimos en la sala de espera mientras esperábamos el embarque
pude observar con bastante curiosidad como gran cantidad de personas se
fotografiaban junto a un gran cartel situado en una pared bien visible en el
que se prevenía contra el Zika, tan de moda en Europa en estos momentos, y más
cuando algunos deportistas se han negado a ir a las olimpiadas en Brasil por
temor a un posible contagio.
El cartel es bastante llamativo
y en un color que hace que resalte sobremanera sobre el fondo blanco de la
pared. Al filo de los mosquitos comentar que no nos ha picado ni uno, pero ni
uno siquiera. La verdad es que hemos sido bastante cuidadosos y hemos llevado
puestas las pulseras todo el día y no ha
habido una noche en que no encendiésemos
el difusor de Mercadona.
El
último día les dejamos a las voluntarias las pulseras y los espráis para que
ellas los disfrutaran, de la misma forma que a Rafa le dejamos en Lima todo el
botiquín que nos sobró, que fue prácticamente todo el que habíamos traído,
exceptuando el Almax del que yo tuve que tirar de vez en cuando como es
habitual en mí.
LINDA MI TIERRA TARAPOTO
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