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Plaza de armas de Piura |
Nuestro segundo destino en Perú es la ciudad de Piura, a la
que, ya era hora, venimos por estrictas razones de trabajo. Pasamos del sur al
norte, de las estribaciones de los Andes a la playa norteña, de la frontera con
Bolivia a la de Ecuador, de los quechuas a los amerindios, del fresquito de las
montañas al calor veraniego del Pacifico, del rosa al amarillo como dice el
dicho.
Piura es conocida como "la ciudad del eterno calor". Su Plaza de Armas es una de las más antiguas y bellas del país, tiene típico corte español cuadrado. En uno de sus laterales domina una hermosa catedral construida en la época colonial que conserva sus retablos. En la plaza hay una multitud de árboles, ficus, poncianos, cucardas, crotos, tamarindos y papelillos. Piura es grande, más de 450.000 habitantes, y está partida por la mitad por el río de su mismo nombre.
Piura es conocida como "la ciudad del eterno calor". Su Plaza de Armas es una de las más antiguas y bellas del país, tiene típico corte español cuadrado. En uno de sus laterales domina una hermosa catedral construida en la época colonial que conserva sus retablos. En la plaza hay una multitud de árboles, ficus, poncianos, cucardas, crotos, tamarindos y papelillos. Piura es grande, más de 450.000 habitantes, y está partida por la mitad por el río de su mismo nombre.
Nada más llegar, con el tiempo justo de dejar
las maletas en Intihotel Piura, en pleno centro de la ciudad, a escasos
cincuenta metros de la Plaza de Armas, cogemos un taxi que nos lleva a la
primera reunión de trabajo con los estudiantes de la universidad que están
aquí. Desayunamos todos juntos en una de las casas donde se hospedan, y Ana y
Eva tienen una larga reunión con ellos.
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Desayuno de trabajo |
Lo primero que nos impacta de Piura es el ruido
ensordecedor de sus coches, su constante pitido. Prácticamente todos los coches
están cortados por el mismo patrón, muy pequeños para poder moverse con soltura
por las angostas calles del centro. A este tipo de coches les llaman “ticos”,
son extremadamente ruidosos y curiosamente todos, en un momento u otro, se
reconvierten en taxis. No importa que lleve el distintivo de taxi o que no lo
lleve, que sea el coche de un particular o que sea un taxi oficial, pero tú
caminas por la calle y todo coche que pasa por tu lado te toca la bocina con un
clásico y corto pi-pi ofreciéndote
sus servicios para llevarte donde te apetezca. Si en lugar de pi-pi es un continuado pipipipi… entonces no es a ti a quien se
dirige, es que están dirimiendo un problema de tráfico entre ellos. Esto en el
casco antiguo, porque fuera de él, los que mandan son los mototaxis;
baratísimos y omnipresentes en todas partes.
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Motocarros por un tubo |
Basten dos referencias para entender en
profundidad de lo que estamos hablando:
·
De acuerdo a las
cifras ofrecidas por la municipalidad,
más del 50% de vehículos de Piura que ejercen de taxi son “piratas”. La mayoría
de estas unidades está en mal estado o ya cumplió su periodo para circular y
son protagonistas del caos y los accidentes que se producen todos los días. Es
decir, de 10.000 taxis que hay en la ciudad 6.000 son ilegales. Esto entre los
que llevan el distintivo de taxi, de los coches particulares que se te
ofrecen ni te cuento, morena. En cuanto
a los mototaxis (motos con una estructura posterior habililitada para llevar
hasta dos pasajeros) hablamos de que 15.000 de los 20.000 existentes son ilegales.
·
El 5% de piuranos, es decir aproximadamente
25 mil personas, sufren hipoacusia, o disminución del nivel de audición por
efecto del ruido. Esta pérdida parcial del oído se debe fundamentalmente a
la contaminación sonora generada por vehículos.
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Carros, mototaxis y pitidos al tuntun |
Después de la reunión de trabajo y tomando como referencia los consejos buscados en internet, nos hemos ido a comer al popular restaurante La Tomasita donde, entre otras cosas, nos hemos comido, como hacemos siempre, un espectacular cebiche y hemos descubierto una nueva joya culinaria: un tacu-tacu para quitarte el sentido. Hemos probado algún otro plato que, eclipsados por los dos anteriores, ahora mismo ya no me acuerdo. El tacu-tacu consiste en arroz cocido y restos del día anterior mezclados hasta formar una masa homogénea bajo el calor de una sartén. Los restos utilizados suelen ser el frijol y las lentejas. Hacia el final de la cocción se suele freír la masa para que quede crujiente. Se sirve acompañado de muchas cosas, en nuestro caso fue de una salsa de pescados y mariscos. Cojonudo, este estaba cojonudo, no sé si todos estarán así, pero este de matrícula.
Ahítos, paseito hasta el hotel y descanso. Al llegar, la recepcionista del hotel nos ha dado una invitación a cada uno para canjear por una copa (cerveza, pisco, tres botellitas de agua, etc) en el restaurante. Trueque que podemos hacer durante nuestra estancia aquí. Eva y Ana se van a otra reunión con tres voluntarios que están con otra ONGD distinta de la de esta mañana, SOLCODE. Viendo la tele mientras holgazaneaba, veo a Mireia Belmonte ganar la primera medalla de oro de las olimpiadas de Brasil. ¡España, España, España!
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Tacu-Tacu de La Tomasita |
Ahítos, paseito hasta el hotel y descanso. Al llegar, la recepcionista del hotel nos ha dado una invitación a cada uno para canjear por una copa (cerveza, pisco, tres botellitas de agua, etc) en el restaurante. Trueque que podemos hacer durante nuestra estancia aquí. Eva y Ana se van a otra reunión con tres voluntarios que están con otra ONGD distinta de la de esta mañana, SOLCODE. Viendo la tele mientras holgazaneaba, veo a Mireia Belmonte ganar la primera medalla de oro de las olimpiadas de Brasil. ¡España, España, España!
Cuando salimos, ya atardecido, descubrimos una ciudad
en total ebullición. Aquí, gracias a Dios, no hay turistas por millares como en
Machu Pichu. Nosotros no contamos, nosotros nos mimetizamos con el ambiente que
es una pasada, ríete tú del leopardo de las nieves. Todo el mundo está en la
calle y la actividad comercial está en plena efervescencia. Las aceras son un
hervidero humano. Digo acera y solo acera porque el asfalto sigue siendo
potestativo de coches y sus eternos pitidos, y Dios te coja confesado si osas
bajarte del protector acerado. Pones un pie en el asfalto y te llueven los
pitidos de los coches que transitan por la calle, ofendidos porque le estas
profanando su espacio vital. Manda huevos. Por todas partes hay multitud de
minúsculos puestos donde ofrecen todo tipo de dulces caseros, sobre todo de
cocos. No llegué a probarlos por temor a la venganza de Garcilaso, ahora me
arrepiento de haber sido tan pusilánime.
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Dulce casero de coco |
En las calles aledañas al hotel, hay multitud
de tiendas de ropa, enormes, y con un sinfín de empleados a tu disposición. Su
estética recuerda a las tiendas que había en Sevilla hace treinta años, por la
calle Puente y Pellón. Como no podía ser de otra forma, mi mujer me ha hecho
recorrer alguna de ellas y esperarla mientras
se probaba un tocho de prendas de las que se ha quedado con algunas.
¡Dios mío, que le gusta a una mujer una tienda de ropa! Luego, de vuelta al
hotel, cuando le ha comunicado la buena nueva a Ana y Eva, les ha faltado
tiempo a ambas para repetir la operación. Mi hija no, ella ha decidido que hoy
no sale y que se queda en el hotel descansando de no hacer nada.
Acabamos la noche paseando por la Plaza de
Armas, imbuidos en el perfume de tamarindos, crotos, cucardas, ficus, poncianas,
y papelillos y por último acomodados charlado y tomándonos unas cusqueñas en
uno de los muchos restaurantes de la zona.
Al día siguiente tenemos playa, el único día de
playa de todo nuestro viaje. Suerte que es domingo o no la pisamos.
Empezamos cogiendo un taxi que por unos soles
nos lleva a una de las estaciones de autobuses de la ciudad, apenas un
decrépito corralón donde malamente caben un par de autobuses. Compramos por 6
soles (1.70 euros) un billete de ida y vuelta Piura-Paita, trayecto de 53
kilómetros, para desde allí dirigirnos hacía las playas de Yacila o Colán. La
primera idea era Colán pero un taxista nos ha convencido de que Yacila es mejor
opción. El autobús sale cuando se ha ocupado su último asiento, ni antes ni
después. Aprovechamiento máximo de los recursos.
La carretera transcurre por un paisaje
semidesértico, de tierras muy blancas, con los arcenes convertido en auténticos
basureros. Cuando salimos de Piura y durante muchos kilómetros, observamos muy
sorprendidos que los campos alrededor de la carretera están erizados de
pequeñas casitas de madera o cañas apenas esbozadas. Construidas con cuatro
tablones de madera delimitando un cuadradito y un chamizo de cualquier cosa
para protegerse del inclemente sol. Llegando a Paita ocurría lo mismo.
Posteriormente nos informan que son “invasores”,
familias venidas de no se sabe dónde, que escogen un terreno y lo ocupan sin
que nadie les diga nada. Poco a poco van transformando sus precarias viviendas
en casas de adobe, cemento, etc.
En la estación de Paita, otro callejón estrecho
y maloliente, espera una flota de coches y “van”
para quien quiera ir a la playa. Negociamos a cara de perro con el dueño de una
“van” que nos lleva a Yacila y nos
trae de vuelta por 40 soles. Yacila es un minúsculo pueblo de pescadores
asentado en una ensenada con forma de herradura delimitada por un farallón de
piedras en uno de los extremos y el
puerto pesquero en el otro. Junto al puerto un grupito de pescadores
cómodamente instalados en balsa de madera se afanan en remendar redes, ajenos a
todo lo que sucede a su alrededor. Apenas nos dedican una mirada entre puntada
y puntada.
Balsas de madera y pescadores remendando redes. Los pelícanos observan |
La playa es de guijarros gruesos y no hay un
alma, sólo un numeroso grupo de pelícanos chapotea en el agua. La verdad es que
no sé muy bien que esperábamos si aquí es invierno pelado.
Por todas partes hay toscas balsas de madera,
cuatro palos mal amarrados con restos de redes, romos por las puntas de tanto
arrastrarlos por la playa de gruesos guijarros. Supongo que será el
rudimentario medio de transporte que utilizan los pescadores para arribar a los
grandes barcos que están fondeados en el puerto a unas decenas de metros de la
orilla. Huele a pescado tela marinera.
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Rocío en Yacila |
No nos convence y, por otros cuarenta soles,
nos largamos a Colán.
Colán es otra cosita. Conocida
como la Esmeralda de Colán por la belleza de su océano, esta playa, ubicada a 63
kilómetros de Piura, es uno de los balnearios por excelencia de los piuranos,
donde las casas levantadas sobre pivotes, están construidas de madera y
prácticamente metidas en el mar. Colán mira por un lado al Pacífico y por su
parte de atrás a un amplio conchal prehispánico donde se ubican restaurantes,
hoteles y operadores turísticos que ofrecen actividades acuáticas. Pero también
una de las iglesias más bellas y la más antigua que existen en Perú: el templo de San Lucas.
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Ana, Eva y Eva en la puerta del templo |
La iglesia, la más antigua de todo Perú, de
estilo barroco y construida con barro y piedra caliza de origen marino, fue levantada
por los dominicos sobre un adoratorio de l a época Chimú. Su interior es de
madera, igual que su altar, que está formado por cuatro columnas salomónicas, y
en sus paredes descansan imágenes de santos y vírgenes en roble y cedro,
algunas de gran antigüedad.
La playa es de arena fina y de una anchura
ridícula. Cuando hay marea alta prácticamente no hay playa ya que las
construcciones llegan hasta la misma agua.
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El Pacífico |
Todo está ocupado, y el acceso a la playa se
reduce a tres o cuatro callejones de arena, diminutos y estrechos, entre dos
construcciones, eso si el callejón no está ocupado por una barca. Todas las casas
tienen una amplia terraza, sustentada sobre pivotes de madera hincados en la
arena, sobre el mismo mar. Un lujazo tumbarte en una hamaca en una de estas
terrazas con una copita en la mano
mientras las olas van muriendo lentamente debajo de ti. Todas son casas
privadas, dicen que de pitucos, pero
yo creo, por el Parente abandono de muchas de ellas, que los pitucos hace tiempo que se fueron de
aquí hacía las playas del sur de Lima.
Alguna ventaja tienen que tener estas
construcciones. Una es que debajo del suelo de las terrazas y entre los pivotes
de madera se está de lujo, fresquito,
fuera del alcance del sol. La otra es que hay millones de cangrejos de
todos los tamaños entre las piedras y los palos, subiendo y bajando en un baile eterno. Me lo
paso pipa viéndolos en su constante deambular. Me comentan que la nueva
ordenanza municipal va a obligar a demoler todas estas casas para recuperar un
mínimo espacio donde construir un paseo marítimo, que las expropiaciones ya
están firmadas. Me da a mí que la cosa no va a ser tan fácil y que largo me lo
fiais.
Comimos
en un buen restaurante y después periplo de vuelta al hotel, primero en la
misma “van” que nos trajo hasta Paita y luego en bus a Piura Hicimos el
trayecto amodorrados. Hotel, ducha, un pelín de reposo y a la calle de nuevo a
patear la ciudad. Antes de salir del hotel decidimos que nos íbamos a tomar un
Pisco con las invitaciones, pero nos encontramos con el restaurante cerrado, en
recepción nos comentan que precisamente hoy están de limpieza general y está
cerrado. Mala suerte colega.
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Pelícanos en la playa |
Desde
que llegamos a Perú hemos oído hablar mucho de las “chifas”. El “chifa” es un término utilizado en Perú para referirse tanto a la cocina
traída y adaptada al paladar local por los inmigrantes chinos, a finales del
siglo XIX, como para denominar a los restaurantes donde esta comida es servida.
El origen del término “chifa” provendría de la combinación de los términos
cantoneses “chi” y “fan” que significan, respectivamente “comer” y “arroz”. El término habría surgido en la década de los 30 entre los limeños al escuchar a los chinos
utilizar la voz “chifan” como
llamada para comer en las fondas que ellos regentaban. Hoy día forma parte de la gastronomía de Perú.
Bueno,
pues decidimos que esa noche íbamos a cenar en un “chifa” y apostamos por uno
de ellos, Chifa Taipa, bastante
conocido y recomendado por el santo grial gastronómico que es TripAdvisor y
dicho y hecho, allí nos encajamos en un santiamén .
El local es enorme y está abarrotado. Después
de una mínima espera, nos acomodan y atienden con una celeridad pasmosa.
Pedimos nuestra protocolaria cerveza y tres platos para los cinco y el camarero
nos miró con rictus de extrañeza marcado en su cara por pedir tan pocas viandas.
La comida no nos pareció nada del otro mundo, en realidad más bien dejaba bastante que desear: mucha
cantidad, excesiva salsa y todo groseramente cocinado, sin sutileza ni
refinamiento. Todos los platos sabían igual.
Durante el rato que estuvimos allí, disfruté de
unos de esos momentos impagables observando disimuladamente la mesa de al lado.
Llega una familia de al menos diez personas, todos mayores y todos de buen ver
con alguna arrobilla de más per cápita. El ambiente entre ellos es festivo y
cariñoso, familiar. Empiezan pidiendo tres botellas de dos litros de Inka Cola
y una de vino que rápidamente se zampan entre brindis y efusivas felicitaciones
dirigidas a una de ellas. En un momento dado hay un atisbo de cante, un conato
de cumpleaños feliz, pero no cuaja.
El camarero, después de servir las bebidas,
empieza a traer no menos de quince enormes platos de comida (arroz, carne,
marisco, chicharrón de pescado, yo que sé) y los va depositando como puede
entre las mesas. Cuando acaba de servir, en las tres mesas que ocupan, no hay
el menor de los huecos. Un festín pantagruélico rodeado de ávidos comensales
prestos a devorarlos, pero nadie ha tocado la comida. Y de pronto, zas, como
una hambrienta jauría de licaones, a una señal imperceptible, se lanzan en pos
de los manjares sirviéndose y pasándose las raciones como posesos. En diez
minutos no quedaba ni atisbo de comida, como si una famélica marabunta hubiese
pasado por el lugar. Como alguien muy conocido y docto dijo: “En dos palabra
im-presionante”
Acabamos como todas las noches, a las diez en
la cama soñando con rollitos de primavera y angelitos negros bailando mientras Machín
los jalea con sus maracas.
A la mañana siguiente, esperando el bus del
hotel que nos ha de llevar al aeropuerto y, una vez entregada las llaves de la
habitación, al liquidar la cuenta, tenemos una pequeña discusión con la
encargada, discusión que refleja perfectamente el carácter del trabajador
asalariado peruano: muy servicial y trabajador pero inamovible en sus
directrices laborales. No se sale del camino marcado ni aunque lo maten a
palos. Relato con imparcialidad suiza lo acaecido
En las habitaciones hemos consumido dos
botellitas de agua de las más pequeñas, de esas que suele haber en los mini
frigoríficos de los hoteles La chica de
recepción nos dice que son 6 soles y le comento que tenemos cinco invitaciones
por valor de quince botellas y que no las hemos podido utilizar ya que el
restaurante del hotel permaneció en el día de ayer cerrado por limpieza, que se
las entrego y listo. Compensadas las dos botellas gastadas por las quince sin
utilizar. Negocio redondo para el hotel.
- Eso no puede
ser señor, las botellas de agua de la habitación y las del restaurante tienen
un código distinto. Son seis soles, señor
- ¿Un
código distinto dice usted? ¿Qué significa un código distinto? Señorita, son
exactamente iguales. Clones idénticos.
- Lo
siento señor, pero me tiene que pagar las dos botellas. Ordenes de la dirección
del establecimiento.
-
Bueno, pues deme usted las quince botellas correspondientes a los vales, yo
subo a la habitación y pongo dos en el frigo, regalo las otra trece y todos
contentos.
- No
puede ser, porque tienen código distinto
- ¿Qué
leches es eso del código? ¿O, acaso, se refiere usted a que las del frigorífico
estaban marcadas en el tapón con una X con un rotulador de tinta indeleble?
- No lo
sé señor, pero la dirección no permite ese cambio que usted propone. Le repito
que son seis soles. Si no lo abona usted, señor, me lo quitan de mi sueldo.
Quince minutos con el mismo discurso y no hay
forma. Botellas para arriba, botellas para abajo, códigos, rotulador,
dirección… Mientras, en la recepción, el botones, el chofer que nos ha de
llevar al aeropuerto y algún que otro huésped siguen disimuladamente la
discusión, expectantes ante el imprevisible desenlace. Encima me chantajea
emocionalmente con eso de que se la van a quitar de su sueldo, y eso ya hace
que tire la toalla antes de que me derroten por KO técnico.
Al final, viendo que aquello es como dirigirse
a una pared o argumentar frente a un koala, y que no llegamos a tiempo al
embarque, claudico y me presto a pagarle
cuatro soles que es lo que llevo suelto encima. Mi interlocutora, suspirando,
acepta no sin algún meneo reprobatorio de la cabeza.
Muy digno, me vuelvo, llamo al botones y al chófer y, en voz
bien alta para que todo el mundo se entere, le regalo los cinco vales encomiándoles
encarecidamente a que esa tarde se zampen cinco copazos como cinco soles a
nuestra salud.
Al aeropuerto y para Lima.
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