¡¡¡Y como sacan los mendas!!!
Los buenos jugadores son la leche sacando. Siempre igual,
igualitos una y otra vez, un saque y otro igualitos como dos gotas de agua y
encima siamesas. Siempre la misma parafernalia: se concentran, flexionan las
piernas, prácticamente de perfil respecto de donde quieren que vaya la bola,
brazo en alto, codo en ángulo recto con la raqueta al la altura del hombro, la mirada
asesina fija en un punto perdido de la cancha, el rictus serio, concentrado,
los músculos tensos; fugazmente quietos como un estatua de Rodin, como un
discóbolo moderno presto al lanzamiento perfecto y, de pronto, bota la bola con
la mano libre, una, dos, tres veces y, como por arte de magia todo comienza a
fluir, se desencadena un hermoso ballet, armoniosamente el cuerpo cobra vida,
los músculos se contraen, el torso gira y el brazo cae, toda la fuerza generada
por el cuerpo se concentra en el fugaz instante del golpeo de la raqueta a la
bola, siempre en el punto más alto del
bote.
Se lo tengo dicho a mi compañera una y mil veces: "yo, así, es que no me concentro en el saque, o te compras otro equipito o no ganamos ni un partido, tú veras lo que haces"
Acto seguido esta sale
disparada hacía el campo contrario, en décimas de segundo sobrepasa la red y
con dirección milimétrica se dirige, las mas de las veces, al ángulo que forma
la línea de saque y la pared, llega a su destino y da en el césped apenas a
centímetros de la maldita esquina, sube de nuevo y se encuentra en su camino con
la pared y al tocarla, por el efecto diabólico que lleva, cae como un obús al
suelo. En otras ocasiones, las menos, su destino final es la archifamosa T
central a ver si coge al restador despistado y siempre, impepinablemente, casi todas las bolas llegan a donde la pericia
del sacador la ha mandado.
¡Que maravilla¡.
En todo esto pensaba y
me recreaba viendo sacar al maestro Mieres, viendo como una y otra vez repetía
la secuencia con óptimos resultados y diciéndome a mi mismo en un mantra
repetido: Ricardo, coño, aprende.
Ahora bajemos a la
cruda realidad, al quehacer cotidiano de los que hacemos como que jugamos a
este noble deporte y pongámonos en situación.
Te pones a sacar y,
nada más empezar, te das cuenta de que tu cuerpo tiene como voluntad propia,
como que adopta las poses más disparatadas, unas veces te pones medio agachado
que parece que estás recogiendo seta de lo encorvados que estás, otras con la
espalda recta, tieso como una mojama; las más de las veces totalmente de frente
al campo contrario como si fueses a hacer una foto panorámica del mismo, o por
el contrario totalmente de perfil que parece que estás posando para un escriba
egipcio y claro, así, no hay manera de repetir dos saques iguales, no digo ya
iguales, no, ni siquiera parecidos.
Segundo acto de un buen saque
Si a todo lo
anteriormente expuesto añadimos que unas veces botamos la bola con tan poca
fuerza que el bote de la misma no nos llega a las rodillas y la siguiente con
tanta fuerza que al rebotar no nos da en la frente de milagro, pues, dime tú
como vamos a hacer un saque mínimamente digno.
Aceptemos que después
de lo dicho, por algún remoto azar, golpeamos a la bola con un mínimo de
dignidad y eficacia (esto es mucho suponer, pero estamos en un caso
hipotético); pues bien ya hemos golpeado la bolita de marras y ahora toca jugar
con las leyes de la probabilidad: comprobado estadísticamente que el 30% no
llegan a la red o se quedan en ella (en este lote se incluyen más de una que
invariablemente se estrella en la pródiga anatomía de tu compañero; por eventos
como este jugar a la australiana tiene cada día mas enfervorecidos adeptos). De
las que logran pasar el insalvable obstáculo, más de un tercio se estrellan en
la red lateral o en la pared que delimita el campo, lo que estaría muy bien si
antes hubiesen tocado el suelo del mismo, pero este no es el caso; otro tercio
se pasan un metro de la línea de fondo y el resto, un paupérrimo veinte por
ciento restante (2 de cada diez, colega), milagrosamente, llegan a su destino,
lo que ya es un logro. Y claro, cuando una de estas asombrosas bolas entra, te
emocionas como el niño que eres, das el tanto por ganado, te relajas con la
satisfacción del trabajo bien realizado y cuando te das cuenta el de enfrente
te la ha devuelto y te ha ganado el punto.
El profe nos pone pornografía jijijiji, se lo voy a decir a mi mamá
ResponderEliminarQuerido anónimo en estos momentos ni soy profe ni nada, si acaso aprendiz de todo. ¡Ah, por cierto! no se lo digas a tu madre, díselo a tu padre para que disfrute con una de las más hermosas fotografías del siglo pasado.Seguro que la entiende mejor que mami.
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