sábado, 29 de septiembre de 2012

De las rarezas que nos atenazan.


Esta entrada se la dedico a mi amigo Pedro al que, de vez en cuando, se le va la olla en los partidos y así me da la opción de poder ganarle alguna vez.

PARTE 6.
DE LAS RAREZAS QUE NOS ATENAZAN

Yo no soy muy observador que digamos; la verdad es que soy más bien de naturaleza despistada y la mitad de las veces no me entero de lo que pasa a mi alrededor, pero en algunas ocasiones a fuerza de ver un día tras otro ciertos gestos, repetidamente una vez y otra, es que me es imposible no darse cuenta. Al principio te pica la curiosidad, empiezas a fijarte más y te percatas de lo raro y supersticiosos que somos todos, todos, todos, sin escaparse ni uno, toda la estirpe humana es rara por castigo. Si esto es una verdad a grandes rasgos, entre los jugadores de pádel se sublima, se magnifica, alcanza un paroxismo hilarante.


Empecemos por los prolegómenos del partido. Cuatro tíos como cuatro casas llegan, se saludan; departen amigablemente un ratito, dos banalidades por acá, una confidencia por allá y zas, de pronto uno de ellos sale escopetao y empieza a correr como un poseso alrededor de la pista, una vuelta, otra, otra…. a la cuarta o quinta vuelta suda como un albañil en un andamio a las tres de la tarde en Écija… y tu piensas “coño, este tío se va a reventar antes de empezar a jugar”. Mientras el menda corre que se las pela, su compañero de partido se sienta en el banco que invariablemente hay junto a cada pista y empieza a ponerse apósitos por todos lados, codera, muñequera, rodillera, la cinta para el pelo, etc, etc; cuando ha acabado de acicalarse agacha la cabeza, se pone ambas manos alrededor de las sienes y se concentra como si estuviese jugándose la vida en unas oposiciones para notaría. Hay que joderse.
Resoplando después de la tercera vuelta a la pista

Por mi bando, mi compañero se agarra lo más alto que puede a la red exterior de la pista, levanta los pies del suelo  y, como un murciélago,  se queda colgado con los ojos cerrados para, según él, estirar la espalda. Yo, cada vez que lo  miro, no dejo de pensar en esos prisioneros famélicos que salen en las pelis, colgados de las paredes por largas cadenas con los grilletes atenazándoles  las muñecas, en lúgubres y siniestras mazmorras. Lo único que le falta son las luengas barbas.


De esta forma, como el gran Harold Lloyd, se cuelga mi compañero, pero sin sombrero y en calzonas

Obviamente, el único sensato de los cuatro soy yo, que ni corro, ni me pongo cachivaches, ni me concentro ni me cuelgo; lo que sí suelo hacer es rezar dos padrenuestros y un credo (esto ya no se lleva, pro yo soy muy preconciliar) a ver si Dios se apiada de mí y ese día me concede la dicha de ganar mi primer partido en la vida, sería la repera. ¡Ganar un partido, que orgasmo¡

Una vez jugué con un tío que al entrar en la pista iba con un bote de polvos de talco, bote que depositó cuidadosamente en la puerta junto a la red. Lo primero que pensé fue que sudaría mucho y utilizaría el talco para espolvorearse las manos y que la raqueta no  le resbalase, pero que va; ya metidos en faena, con el sudor corriéndonos a los cuatro por todo el cuerpo, el bote seguía en su sitio y nuestro buen amigo no hacía ni asomo por acercarse a él. Así transcurrió el partido y cuando acabó el último punto y nos dirigimos al centro de la pista para saludarnos, el colega se va a la puerta, coge su bote y se embadurna profusamente las manos, pega dos palmadas para quitarse el talco sobrante y, ahora sí, se dirige a nosotros, sonrisa radiante, brazo estirado, a saludarnos. Chúpate esa Teresa

Invariablemente mi buen amigo Manuel cuando empezamos un partido siempre, muy serio, me dice “saca tú, saca tú primero, que si empiezo yo sacando perdemos seguro”. Al principio de empezar a jugar juntos me quedaba un poco pillado pensando que igual había tenido alguna que otra mala experiencia cuando ha empezado sacando, pero ahora, después de cinco años jugando todas las semanas y de haber perdido todos los partidos que hemos jugado juntos, el tío sigue impertérrito repitiendo su mantra como si tal cosa. Digo yo que como no le digamos al que riega la pista que saque por nosotros la cosa la tenemos cruda.
Esto es lo que define exactamente lo que somos nosotros jugando al pádel


Y que decir de Juanito Ramírez. Sevilla, mayo a las 7:00 de la tarde, 30 grados a la sombra, cuarenta minutos de partido a cara de perro. A mí ya no me queda líquido para poder seguir sudando, lo he sudado ya todo, no me arrastro por la pista porque me da vergüenza, el poco pelo que me queda lo tengo pringoso y chorreando, pegado al cuero cabelludo como Torrente en sus mejores tiempos; Pedro, mi compañero, ídem que ídem, la camiseta, empapada,  tan adherida a la piel que hasta se le ve a través de ella la raja de la operación de apéndice que le hicieron cuando era joven. Enfrente, Pepito Gil  derritiéndose, diluyéndose en un charquito de sudor, y los tres, en los descansos, como posesos hacia nuestras respectivas botellas de agua como sedientos hacia un oasis en medio del Sáhara.  Tres piojitos deshidratados, tres colgajos humanos en las últimas. Juanito no, que va, el figura está fresco como una rosa, ni una arruga en la ropa, ni una gota de sudor en el torso, el pelo como recién salido de la peluquería, la piel tersa, bronceada y reluciente, la cara tal como si fuese a un programa de Ana Rosa y cuando nosotros nos derrumbamos en los descansos buscando  la mínima sombra el tío se pone a hacer flexiones para que no se le enfríen los músculos. Hidrógeno líquido tiene el menda en las venas porque de otra forma no se explica.

Como Féderer, impecable, sin una gota de sudor el tío bandido

En fin, que hay gente pa  to, como bien le dijo Joselito El Gallo a Ortega y Gasset cuando se le lo presentaron, pero esa es otra historia.

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1 comentario:

  1. Gracias por acordarte de mi. Aun así no cejaré en mi empeño de crecer un poquito más aunque sea a lo batman. Un abrazo

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