Hoy, 1 de mayo, después
de una larga, larga feria y un sosegado descanso de un par de días, nos ha
tocado visitar un restaurante, digo yo
que será para coger fuerza para fin de curso.
El día está precioso. Después
de algunos días primaverales de tiempos cambiantes (ahora llueve, ahora luce el
sol), hoy la mañana ha salido luminosa, la atmosfera limpia y diáfana, en el
aire se respira los últimos coletazos del azahar de los naranjos y también el
aroma intangible del inconformismo de los sevillanos.
Es la una del mediodía y por todas partes pululan pequeños grupos de ciudadanos que, rojas banderas en manos (UGT y CCOO se llevan la palma), comentan, aún exaltados, con amplios y gesticulantes movimientos de sus manos, los acontecimientos de las últimas horas en la manifestación. Hoy es día de lucha por los derechos de los trabajadores. Cuando, paseando, llegamos al Tremendo, vemos que está hasta las cachas de sindicalistas y otras personas de bien que, bandera enrollada cogida con mimo con una de sus manos, ahogan su sed en cerveza acompañada de los sempiternos altramuces (un día de estos os contaré lo que me paso hace 38 años cuando le pedí a la madre de las actuales dueñas del establecimiento un plato de “chochos”).
Tanto vaso de cerveza
en la mano nos ha abierto el apetito y nos acercamos a la taberna Coloniales,
en San Pedro, para tomar un tentempié. Es la una y media y ya hay cola para
coger mesa tanto en la terraza de la plaza como en el restaurante. Nos hacemos
un hueco en la barra y nos tomamos (Eva y yo, por supuesto) dos birras, cada una a 1,20 € la unidad acompañadas de una tapa de bacalao en dos salsa (2,65 €) y otra de solomillo al Oporto (2,60 €). Sólo decir que cada tapa es media
ración. Un día de estos iré con tiempo y haré una entrada específica de este
bar, de todas formas y como adelanto os diré que es uno de los más generosos establecimientos
de nuestra urbe en cuanto a relación calidad-precio, por eso está siempre a
rebosar.
Ensaladilla de langostinos
Llegamos a las setas.
Icono moderno de Sevilla. Punto de encuentro de todo lo que se mueve en esta
ciudad. El ambiente está todavía caldeado y hay coches de policías por todos
lados. Aquí un chico joven con una raftas de lujo, megáfono en mano, canta “Andaluces de
Jaén” imitando como buenamente puede a Paco Ibáñez, pero nadie le hace ni puñetero
caso; por todas partes ondean banderas, sindicalistas y grupos familiares; bajo
uno de los enormes magnolios de la plaza la gente se da codazos por acercarse a
los grifos de cerveza que alguien ha montado en dos enormes mostradores de la
Cruzcampo. A mi lado, en un susurro, por si las moscas, una señora le hace una lúcida
revelación a su marido “te das cuenta de
que casi todos los sindicalistas son barrigones”. Joder, que fina son las
mujeres, pienso yo.
Albóndigas de chocos
Estamos en nuestro
destino: Restaurante Mediterráneo, como la canción de Serrat, justo frente de a
la facultad de Bellas Artes. En los últimos 10 años el bar ha pasado por varias
manos y desde hace dos lo han cogido los dueños actuales, se han gastado una
pasta gansa y lo han remodelado de arriba abajo. Ahora el establecimiento está
impecable, es amplio, cómodo y el servicio atento, correcto y profesional.
Hemos venido al
restaurante con un cupón de Groupón que compramos ya hace tiempo, la oferta
era:
32 € en lugar de 96 € por un menú de arroz con bogavante para dos, dos
entrantes y una botella de vino.
La olla donde venía el arroz
De entrantes hemos
pedido ensaladilla de langostinos y albóndigas de choco, de entre cuatro
que nos ofertó el camarero. Justo es decir que cuando compramos el cupón la
oferta de entrantes que estaba colgada en internet era bastante más generosa y,
sobre todo, de platos más novedosos; platos, que por cierto, aparecían en la
carta del restaurante.
La ensaladilla estaba
muy buena y repletita de langostinos de un tamaño muy aceptable, las albóndigas
algo prietas pero bien de sabor.
El vino que no han
puesto ha sido un cosecha de Ribera, hecho con tempranillo, bastante aceptable.
Obviamente no se le pueden pedir peras al olmo.
El arroz en su platito, bien servido; pudimos repetir cada uno.
El arroz no los ha servido
el mismo dueño del establecimiento con el que hemos departido amigablemente,
presentado en una olla de barro y, además, se ha tomado la molestia de
apartarnos el bogavante previamente troceado en un plato anexo. Después de
saborear el arroz en toda su plenitud nos hemos puesto mano a la faena con el “bicho”,
que, troceado y todo, tenia tela que lidiar. Eva un poco más comedida, pero yo
no me he cortado ni un pelo y he arremetido con las manos en la masa con todas
las ganas del mundo, ¡que leches, uno no come todos los días bogavante¡.
Entre el tenedor, las manos y la tenacilla puesta a mi disposición, no he dejado resquicio por abrir y degustar. Dos señoras muy mayores que estaban cerca de nosotros, señoriales y distinguidas, disimuladamente, se daban con el codo y me miraban dibujando un rictus de sorpresa, acaso de condescendencia, acaso de disgusto, mientras que yo, erre que erre, seguía festejando, chascando y estrujando el exoesqueleto del exquisito crustáceo decápodo.
"Er bicho troceaito"
Entre el tenedor, las manos y la tenacilla puesta a mi disposición, no he dejado resquicio por abrir y degustar. Dos señoras muy mayores que estaban cerca de nosotros, señoriales y distinguidas, disimuladamente, se daban con el codo y me miraban dibujando un rictus de sorpresa, acaso de condescendencia, acaso de disgusto, mientras que yo, erre que erre, seguía festejando, chascando y estrujando el exoesqueleto del exquisito crustáceo decápodo.
Los resto del miura
En fin que todo ha
estado muy bien, pero que si hubiese tenido que pagar los 48 € que costaba el arroz
para dos según la carta me hubiese parecido excesivo para mis posibilidades,
pero que por 32 eurazos me he metido entre pecho y espaldas dos entrantes, una
botellita de vino de Ribera y un peazo de arroz con crustáceo decápodo incluido,
que miel sobre hojuelas como diría aquel.
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