lunes, 29 de septiembre de 2014

¿Y ahora que hacemos, descansar?


Jueves. 8.05 de la mañana
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Acabamos de empezar la clase de matemáticas de tercero de la ESO; por cierto ¿a quién coñ.. se le ha ocurrido poner matemáticas a las ocho de la mañana? seguro que esto es cosa del jefe de estudios, acaso no sabe todo el mundo que a esta intempestiva hora el personal todavía está un poco frío, amodorrado, legañoso y bostezante; lo que, pensándolo bien, es bastante extraño porque justo unos minutos antes, cuando la muchachada esperaba en el patio expectantes que tocara el timbre para incorporarse al aula no dejaban de vociferar como auténticos energúmenos, pero bueno, parece que la entrada en clase produce sopor, modorrera, abatimiento y una somnolencia asaz sospechosa, como si de pronto les hubiesen metido en vena un chute de calmante; al punto de que el curso pasado tuve un alumno (que por cierto vuelvo a tenerlo este año) al que prácticamente no le daba tiempo a sentarse, era comenzar la clase, ponerme a explicar en la pizarra y ya estaba el tío roncando como un leño, a piernecita suelta y con su cabecita dulcemente apoyada en la mesa. ¡Qué jodio!




El menda se tiraba 50 minutos de reparador sueño por clase, con un fondo susurrante de ecuaciones, reglas de tres y demás parafernalias matemáticas; yo lo dejaba reposar tranquilo al muchacho que no sabía yo lo agitada que había pasado la noche y no era plan de interrumpir sus angelicales sueños, en el convencimiento de que su subconsciente no tenía más remedio que asimilar algo de lo que se allí se enseñaba, algo, por nimio que fuera, un ápice, un átomo de conocimiento, algo, ya que es sabido que durante elsueño, el cerebro puede captar estímulos externos, como tonos u olores, y yo me decía que si puede captar olores qué problema hay para que pueda aprender a hacer una ecuación de segundo grado. ¿Os imagináis? Un día cualquiera en mitad de la clase el tío se despierta, vacilante se levanta y con pasos torpes se encamina al encerado, una mano mesándose dubitativo el mentón y de pronto, con decisión, coge la tiza y se marca una demostración de madre y señor mío del teorema de Pitágoras. Estupefactos nos quedamos sus compis y yo, bueno yo me quedaría a un plis de que me diese un  síncope allí mismo.


Al grano que me voy por los cerros de Úbeda, que por cierto son muy bonitos.

Bueno pues el caso es que empezamos la clase viendo un tema que es el tercer año consecutivo que lo tocamos; lo vimos en primero, lo volvimos a ver en segundo y ahora en tercero vuelve a aparecer en el temario. Como es obvio no voy  volver a explicar lo ya requeteexplicado, así que le digo al personal que le peguen una ojeada a las páginas tal y tal del libro, que se cercioren de que lo saben hacer sin problemas y, mientras, yo voy dando algunas pinceladas para refrescar su frágil memoria.


El curso es pequeñito, 23 alumnos que además son bastante buenos académicamente hablando (personalmente también), llevo ya con ellos dos años y los conozco perfectamente y sé que no tiene el menor de lo problemas con la materia que estamos viendo.

8:20 de la mañana.
Efectivamente, como suponía, mis alumnos, después de darle un vistazo por encima a las hojas reseñadas, me  confirman que eso es pan comido, chupao, 

-        nom problema maestro, comenta el más espabilado del grupo.

-         -       Vale, vale, ya sé que sois unos cerebritos en potencia, pero como no me fío un pelo de ustedes me vais a hacer unos ejercicios para que yo me quede tranquilo y así matamos dos pájaros de un tiro, yo confirmo vuestro excelso dominio en estas lides matemáticas y ustedes afianzáis conocimientos, que buena falta que os hace.

-      No se hable más del asunto. Ejercicios tal, tal y tal de la página tal. Al loro y el que tenga alguna dificultad que me lo diga o que se venga para la mesa y lo vemos, ¡ah y no os copies del compañero que luego en los exámenes se os funden los plomos!

8:30 de la mañana.

No he acabado mi perorata cuando J.C, (medio adormilado, pelo revuelto y pesadamente dejado caer en su silla) levanta la mano y con todo el cuajo del mundo suelta

-        maestro, ¿y ahora que hacemos, descansar?



Al principio no entiendo muy bien lo que me quiere decir y pienso que está de cachondeo, ¿descansar?, pero si acaba de entrar en el instituto, si no son ni las nueve de la mañana; algunos de sus compañeros de clase se ríen por lo bajini con lo que el menda ha soltado, y yo, cuando han pasado unos segundo reflexionando, lo miro bien y me percato de que lo ha dicho con toda la seriedad del mundo, serio serio y que me mira expectante a ver que le digo.

Y entonces me fluye la verborrea:

-       -        J.C. ¿para qué piensas tú que he puesto los ejercicios, para que les hagas una foto y la pongas en la mesilla de noche junto al despertador o para colorearlos como los alumnos de párvulo? Anda hijo, utiliza esa cabecita que Dios te ha dado para algo más que para peinarte y dime tú para que crees que he puesto los ejercicios ¿se te ocurre alguna idea brillante, J.C.? Son las 8:35, nos quedan 25 minutos de clase. ¿Qué leches pensabas hacer en estos 25 minutitos? ¿Descansar? Descansar de qué, si hace menos de una hora estabas en la piltra, si te acabas de levantar y todavía no le has pegado un palo al agua. ¿Descansar dices, mameluco?

     Lo más alucinante del asunto es que el interfecto es un buen alumno que aprueba sus curso en junio sin dificultad, que no tiene el menor problema de comportamiento, que está perfectamente integrado en clase y encima tiene un cierto predicamento entre sus compañeros y aunque en clase su comentario nos lo tomamos a broma y aprovechamos para reírnos un rato a su costa (él no se enfada, los dos tenemos una muy buena relación, me conoce y sabe cómo me las gasto cuando me sube la bilirrubina, pero también sabe que perro ladrador poco mordedor) en el fondo el asunto te hace cavilar y muy mucho y, después de hacerlo, por desgracia, a las conclusiones a las que he llegado no son nada halagüeñas, nada nada halagüeñas.

¿Qué se puede pensar de alguien que a la media hora de comenzar su jornada laboral se quiere ir a descansar?

6 comentarios:

  1. Qué exigentes sois los docentes, ¿po no que queréis que la gente estudie y to? ¡Qué soberbia la vuestra!

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    1. Don Francisco, por Dios, no piense usted que somos demasiado exigentes, aunque no desisto en mi empeño de inculcar algo de sapiencia. Pero puestos a pedir, antes de que se sepan el teorema de Pitágoras, me conformo con que piensen antes de contestar, eso sería un gran logro, y eso lo entenderá usted, que de pensar sabe un rato largo.

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  2. Jaja que recuerdos me traen tus nuevas vivencias.

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    1. Sandra todavía me acuerdo de algunas anécdotas tuyas. Un beso ex-alumna

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  3. Pues si J.C. es capaz de vivir así, tener un buen expediente y un montón de amigos, no sólo llegará lejos, es que dará más conferencias que el doctor Fuster el día de mañana. Me encanta. Un abrazo.

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    1. Bueno, bueno, un buen expediente es estirar muy mucho la cosa y conferencias no creo yo que de muchas, aunque sorpresas te da vida, la vida te da sorpresa (cantaba Ruben Blade). Gracias por tus ánimos para seguir juntando palabras.

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