DE LO BIEN QUE JUEGAN ALGUNA GENTE Y LO MAL QUE LO HACEMOS OTROS
El
domingo 7 de Octubre tuve la enorme suerte de que mi amigo Mané me invitará a
presenciar el final del Pro Tour de pádel que se celebró en el Palacio de
Deportes de Sevilla. David, su hijo, tenía un partido a esa hora y ante la eventualidad
de perder la entrada (entiéndaseme, no me refiero a que fuese a perderla
físicamente, sino a no ser utilizada) se acordó de un servidor, cosa que
agradecí sinceramente.
Los de oscuro fueron los que ganaron, el del extremo es Mieres, un virguero redomado.
La
final fue entre la pareja hispano-brasileña Mieres-Llima (segunda pareja del
mundo, detrás del incombustible Bela que estaba lesionado) contra la
hispano-argentina Maxi Sánchez-Jordi Muñoz
y aunque estuvo bien, con puntos espectaculares como es de recibo, no
fue para tirar cohetes, le faltó algo de tensión, se notaba que para Maxi y
Jordi era su primera final y prácticamente se daban por satisfechos con lo ya
realizado. No, no es de eso de lo que voy a hablar, no es del
partido de lo que voy a escribir, no; voy a hablar de lo bonito, rápido y fácil
que lo hacen esta gente y de lo malo que nos hacen a los demás..
Lo primero que llama la atención es la tranquilidad con que se pasean por la pista y a la vez a la velocidad con se mueven. Parecen felinos, gatitos ronroneantes, engañosamente relajados, con los músculos prestos al zarpazo definitivo. En un momento ves a uno de ellos acorralado en una esquina y en un cerrar y abrir de ojos está el tío fuera de la pista rematando una bola que ha salido por tres; es decir el menda, en un abrir y cerrar de ojos, ha recorrido la pista desde el fondo hasta la puerta, ha salido por la misma con un escorzo inverosímil sin llegar a rozar la red, se ha desplazado fuera de la pista, todo esto con el mérito añadido de tener que correr siguiendo con la vista la puñetera bola; ha llegado a ella y la ha vuelto a meter; acto seguido, y sin dejar de correr, vuelve a entrar en el recinto y se presta a seguir la jugada, a reincorporarse al partido dentro de la cancha (como dirían los argentinos) como si nada hubiese pasado. Te quedas a cuadros, ¡alucina vecina¡. Yo hago esto una sola vez en toda mi vida, una sola, e ipso facto me retiro del partido con los brazos en alto, exultante de satisfacción, retiro la raqueta y la pongo en un marco en el comedor de mi casa, encima del televisor que es el sitio mas vistoso, como hacen los yankies con los números de las camisetas de las estrellas de la NBA; acto seguido invito a cerveza a todos los espectadores del histórico momento y después, ahíto de gloria, me voy a celebrarlo con la parienta al mejor restaurante de Sevilla. Fútil y vana ilusión, porque, la cruda verdad sea dicha, no tengo muchas esperanzas de que este milagro ocurra. ¿Pero y si por una misteriosa conjunción astral ocurre? ¿Qué? ¿Entonces qué?
El que está en tan inverosímil postura es el fenómeno sevillano Paquito Navarro, futuro numberguan de este deporte.
Hablando
de velocidad, la velocidad lo es todo en el pádel y prácticamente en cualquier
deporte que se precie (bueno en el curling no, pero el curling es caso aparte,
ese no cuenta porque sólo lo practican los nórdicos y ya se sabe que estos,
entre la nieve perenne, que sólo comen bacalao, la aurora boreal y las novelas
de crímenes de Stieg Larssson están un poco idos del ala, así que ese,
definitivamente, no cuenta. ¿Dónde se ha visto un deporte donde los participantes se ponen a barrer la pista?), como iba diciendo el quid de la cuestión está en
la velocidad: en la velocidad a la que se mueve la bola y sobre todo a la
velocidad que te mueves tú.
Dejémonos
de teorizar y bajemos al ruedo de lo concreto. Supongamos que estamos en pleno
meollo en un partido y uno cualquiera de estos figuras de la raqueta perforada
está en la red, los contrarios al fondo o a media pista (lo que es aún peor para
lo que viene después, porque están mas cerca) lo están acribillando a pelotazos,
bolazos de toda índole, colocados, fuertes como balas, angulados, al cuerpo, en
fin todo un catálogo de posibles misiles prestos a hundirlo en la más profunda
miseria. Bueno, pues, misterios de la vida, al tío le da tiempo a colocarse en una
postura técnicamente perfecta, a quitarse de la trayectoria de esa bola asesina
que se aproxima a él como un obús, a
colocar la pala con la inclinación perfecta, exacta, para impactar la bola y
que esta cruce de nuevo la red con el ángulo justo y deseado, todo guay del
Paraguay y estéticamente precioso. Uno de los de enfrente, que está esperando, responde de nuevo y otra
vez se repite la escena y así ad infinitum y tú alucinas en colores, que, por cierto, es una forma muy bonita y sicodélica
de alucinar y que el movimiento hippie puso muy de moda en los años 60.
Ni las moscas con sus 48.000 células sensoras en los ojos capaces de reproducir 100 imágenes por segundos y su visión periférica de 360º son capaces de competir con estos fenómenos en cuanto a velocidad de visión; estos tíos, estoy plenamente seguro de ellos, ven venir la bola como en las películas a cámara lenta (como el Matrix ese) mientras procesan toda la información pertinente, y sin embargo ellos luego se mueven raudos a velocidad cotidiana y ahí está el quid de la cuestión y así, claro esta, les da tiempo a hacer todas las filigranas inimaginables.
Ni las moscas con sus 48.000 células sensoras en los ojos capaces de reproducir 100 imágenes por segundos y su visión periférica de 360º son capaces de competir con estos fenómenos en cuanto a velocidad de visión; estos tíos, estoy plenamente seguro de ellos, ven venir la bola como en las películas a cámara lenta (como el Matrix ese) mientras procesan toda la información pertinente, y sin embargo ellos luego se mueven raudos a velocidad cotidiana y ahí está el quid de la cuestión y así, claro esta, les da tiempo a hacer todas las filigranas inimaginables.
Consecuencia lógica de no quitarte a tiempo cuando aún puedes hacerlo
Ahora
veamos que pasa si en lugar del artista este te pones tú en la red y te
empiezan a tirar pelotazos indiscriminadamente. Lo primero que ves (si te da
tiempo a ello) es venir la bola hacía ti a tal velocidad que ríete tú de la que
alcanzo el Félix Baumgartner ese el otro día cuando se lanzó en caída libre
desde los 40.000 metros; una vez que la bola pasa la fatídica cinta y se
aproxima como un torbellino a su destino eres consciente de sólo pueden pasar
dos cosas o, en un supremo acto reflejo, pones la raqueta de mala manera, la
bola por un azar inimaginable rebota en ella y va a donde Dios y la cinética
decida o, en segundo caso, y este es lamentablemente peor, no logras separarte
de la trayectoria asesina y la bola te arrea un pelotazo que te descuajaringa y
te pone un ojo a la virulé.
En
cualquiera de los dos casos desastre seguro y ridículo absoluto.
Si te ha gustado lee las entradas anteriores, haz un comentario y pásale la pagina a tus amigos padeleros.
Si te ha gustado lee las entradas anteriores, haz un comentario y pásale la pagina a tus amigos padeleros.
Gracias por leerme
Anímate y déjame un comentario
Amigo Ricardo, ahora que nos han puesto puertas en la pista vas a ver que, como gacelas en el Sherenguetti (o como se diga), entraremos y saldremos de ella sin dificultad... cada vez que acabemos un set.
ResponderEliminarY antes también, pa beber agüita fresca de vez en cuando, cuando apriete la caló
ResponderEliminar